La mujer tiene derecho al honor y al gozo de la maternidad, como
un regalo de Dios, y al mismo tiempo los hijos tienen también
derecho al cuidado y solicitud de quienes son sus padres, parti-
cularmente a los de la madre. Por esta razón las políticas familiares
deben tener en cuenta la situación económica de muchas familias que
se ven condicionadas y seriamente obstaculizadas en el cumplimiento
de su misión.
Aunque ambos, padre y madre, son los que engendran al hijo, la
maternidad constituye una parte especial de ese “ser padres” de los
dos y además la parte de mayor compromiso. Es la mujer, de hecho,
la que directamente se entrega al engendrar lo que literalmente absorbe
las energías de su cuerpo y de su alma. El hombre, por su parte, contrae
una especial obligación para con la mujer.
Por desgracia, la mujer encuentra frecuentemente dificultades objetivas
que hacen más onerosos y a veces hasta el heroísmo sus deberes
maternos. No es raro, con todo, que estos agobios insoportables se
originen en la indiferencia y la inadecuada asistencia, debido también a
leyes poco sensibles al valor de la familia y a una cultura deformada,
que exonera indebidamente al hombre de su responsabilidad familiar
y, en casos peores, lo lleva a considerar a la mujer como objeto de
placer o simple instrumento reproductivo. Contra esa cultura opresiva
deben promoverse todas las legítimas iniciativas que fomentan la
auténtica emancipación femenina.
Es importante mejorar el estatus de la mujer. No debemos descuidar
la contribución que la mujer da en la familia por su insustituible capa-
cidad de educar al niño y guiarlo en la primera fase de la educación.
Con frecuencia se olvida esta contribución especial de la mujer, por
consideraciones económicas y de empleo, y aún a veces con la finalidad
de disminuir el número de los hijos.
Deberían realizarse esfuerzos constantemente para asegurar la plena
integración de la mujer a la sociedad, dando el debido reconocimiento
a su papel social como madre.
La verdadera promoción de la mujer exige de la sociedad un espe-
cial reconocimiento de las tareas maternas y familiares, puesto que
son de un valor superior respecto de todos los demás trabajos y
profesiones públicas.
Entre los dones y virtudes que son propias de la mujer, resalta con
particular relieve su vocación a la maternidad. Con ella, la mujer asume
algo así como un papel de fundamento de la sociedad. Es un papel
que participa con su contraparte masculina, pero no queda duda de
que la naturaleza le ha otorgado a ella la mayor parte.
La madre ha sido hecha custodio de la vida. Allí es donde comienza
la historia de todos los hombres.
Mayo 2006
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