Se supone que los comentarios de opinión deben ser impersonales,
pero no puedo dejar de traducirles un escrito que mi nieta mayor
Gabriela presentó en su clase de inglés. Ella está cursando su noveno
grado de la escuela secundaria en San Juan, Puerto Rico.
“Yo considero que mi abuelo es muchas veces no sólo padre de sus
cinco hijos sino también de sus once nietos. Él quiere aparecer como
que le molesta que todos sus descendientes menores de quince años
se presenten al mismo tiempo para hacer lo que les venga en gana; sin
embargo adentro en su interior yo sé que él disfruta cada minuto de su
compañía. Él goza enormemente el hecho de contemplar al clan
completo en toda su gloria.
Sus sentimientos de gratitud no son tan visibles como los de mi abuela,
con grandes besos y abrazos, pero estoy segura que allí están presentes
aunque no quiera demostrarlos. Mi abuelito tiene maneras especiales
para demostrar su afecto.
Recuerdo, como si fuera ayer, un incidente que ocurrió cuando yo
estaba más pequeña, tal vez tendría unos cuatro o cinco años de edad;
estábamos en casa de mis abuelos al pie de la montaña en una parte
alta y nos habíamos sentado en una de las terrazas.
El día estaba oscuro; de repente mi abuelo oyó el estrépito de una
tormenta que venía subiendo desde la ciudad hacia la montaña, él corrió
inmediatamente al interior de la casa y trajo un enorme paraguas, se
sentó en una silla en medio del jardín, me acomodó en su regazo, muy
bien acurrucados los dos, y me dijo; “oiga que ya viene”.
En unos breves instantes se escuchó el ruido más fuerte y la tempestad
estaba encima de nosotros; grandes gotas se deslizaban por el paraguas,
pero nosotros estábamos protegidos. Y allí nos quedamos largo rato
en medio de aquella tempestad masiva, observando la naturaleza entre
brumas.
Fue algo bellísimo. Después mi abuelo bajó el paraguas y empezamos
a mojarnos hasta empaparnos brincando y cantando. ¡Qué idea más
loca de mi abuelo! Yo disfruté todo el espectáculo, especialmente
porque era un acto que mi madre no hubiera permitido y eso nos hacía
rebeldes a los dos.
Una de las pasiones favoritas en la vida de mi abuelo es manejar su
motocicleta, siendo esta una actividad que no practican hombres de
su edad, sesenta y cinco años. Desde que yo recuerdo, él siempre ha
preferido su motocicleta en vez de su flamante Mercedes Benz
aparcado pacientemente en el garaje, aun después de hacer sufrido un
accidente hace unos cuantos años.
Cuando yo era niña él acostumbraba sentarme enfrente de él en la
moto y pasearme por todo el pueblo, enseñándome sus lugares
favoritos.
Después esta tradición la fue pasando a los nietos más valientes,
incluyendo a mi hermanita de dos años. Un periódico local lo entrevistó
y publicaron un artículo sobre su entusiasmo en conducir motos a su
edad y su satisfacción al hacerlo.
Mi abuelo y su hermano son los dueños de una fábrica de muebles y
de rótulos luminosos. En este lugar él se siente como en su casa. A
pesar de que él podría perfectamente remodelar su oficina y convertirla
en una más moderna y más limpia, él prefiere su acogedor y polvoso
rincón lleno de clavos y herramientas de todas clases. Yo nunca he
visto en un solo cuarto tantos destornilladores, tornillos y llaves. Yo
disfrutaba sólo el hecho de estar allí y poder distinguir entre uno y otro
utensilio, mientras él me mostraba orgullosamente su función.
Mi abuelo es un hombre excepcional en muchas maneras. Yo le estoy
muy agradecida por ser como es. Él fue el primero que me enseñó a
hacer helado de piña fresca en casa, me adiestró cómo silbar y también
me dio mi primera lección para manejar automóvil.
Por su sorprendente singularidad y por ser único en su modo de
vivir, él sobresale entre todos los abuelos del mundo y yo no lo cambiaría
por nadie mas”.
Junio 1998.
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