Según el diccionario, codicia es el deseo exagerado de poseer
mucho ––particularmente riquezas–– y avaricia es el afán
inmoderado de ganar mucho dinero y atesorar riquezas por el
solo placer de poseerlas.
El hombre justifica la codicia con otros nombres: seguridad para el
futuro; independencia económica para la vejez; nuevas inversiones;
más comodidades; deleites para gozar la vida; reconocimiento público;
pero cuando el deseo de alcanzar riquezas no tiene límites se convierte
en avaricia.
Está muy bien trabajar duro para ganar dinero y mejorar nuestras
condiciones de vivienda, alimentación, ropa, recreación, transporte,
educación, etcétera; sin embargo, está mal querer más bienes que nunca
podremos usar y solamente por el simple hecho de acumularlos para
sobresalir, para “darse color” ante el mundo.
En la actual sociedad consumista se busca con afán los bienes mate-
riales. Se le quiere ganar al vecino en todo lo que él tiene y el corazón
lo colocamos en esas posesiones físicas, demostrando ingratitud hacia
el Creador, quien es quien nos ha dado todo.
Y la parte peor es que no consideramos la avaricia como pecado.
Decía bien un sacerdote que en los muchos años de oír confesiones
jamás alguien se había acusado del pecado de la codicia.
Seguir el cristianismo significa dar y no acumular y acumular. Jesús
dijo: “Guárdense de toda avaricia porque la vida del hombre no consiste
en la abundancia de los bienes que posee. La codicia es idolatría porque
la convertimos en un dios y nos conduce a amarnos a nosotros mismos
exageradamente, olvidándonos de las bendiciones de nuestro Padre
Celestial”.
Veamos cuándo pecamos de codicia:
1) Al valorar demasiado alto lo material y colocar lo espiritual en un
nivel inferior.
2) Al no estar satisfecho nunca, deseando siempre tener más y más.
3) Al ganar con fraude; pagar menos de lo que vale un artículo u
obtenerlo por medios no lícitos; sobornar; dar lo menos posible y
conseguir lo máximo.
4) Al desear un objeto que no nos pertenece hasta convertirse en
obsesión y emplear cualquier método para adquirirlo.
5) Al producir artículos de baja o mala calidad; dar menos cantidad
de la acordada; elaborar contratos egoístas.
Debemos agradecer por lo que tenemos y no codiciar lo que no
tenemos, incluyendo el dinero ajeno. Los mandamientos o leyes que
Dios nos dio son espirituales y por consiguiente debemos buscar las
verdaderas riquezas en los dones del Espíritu Santo: justicia, fe, amor,
paciencia, mansedumbre...
Así haremos tesoros en el cielo, donde nada se corroe...
Anthony de Mello contaba lo siguiente:
“Soy un hombre muy rico, pero
muy desdichado... ¿Puedes decirme
por qué?”
“Porque empleas demasiado
tiempo en hacer dinero, y
demasiado poco en practicar
el amor”, le respondió el
Maestro.
Junio, 2010.
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