El suicidio entre los adolescentes ha aumentado en forma
alarmante tanto en Estados Unidos, como aquí y en el resto del
mundo. En las dos décadas entre 1980 y 1995 el índice de
suicidios en niños de diez a catorce años alcanzó el 120%. La mayoría
de estos casos es de jóvenes norteamericanos, aunque debemos tener
en cuenta que últimamente el suicidio ha aumentado entre las jovencitas
latinas.
Una joven de quince años, Mercedes González, un día en mitad de
la semana llamó a su madre al trabajo. Según la revista “Mensaje”,
esto es lo que sucedió:
-Te llamo sólo para decirte que te quiero mucho, dijo Mercedes.
-Yo también te quiero mucho pero estoy algo ocupada ahora, ¿te
puedo llamar luego?, respondió la madre.
-No, no hace falta, voy a dormir un rato, concluyó Mercedes.
Cuando el padre llegó a la casa algún tiempo después encontró a su
hija ahorcada, colgada de una viga en el cuarto de las herramientas.
Mercedes se había suicidado.
Los expertos no tienen la respuesta al problema, continúa “Mensaje”,
pero saben que muchos jóvenes no valen nada y se sienten desampa-
rados. Algunos de ellos se rebelan para ocultar sus sentimientos, muchas
veces con violencia. No todas las veces podemos darnos cuenta de
estos problemas, a veces hay señales de advertencia que deben tenerse
en cuenta: cambios en apariencia y en comportamientos, el despren-
derse de objetos favoritos, depresión, intentos de suicidio y el hablar
de quitarse la vida.
¿Que podemos hacer cuando un joven, o también un adulto, amenaza
con suicidarse?
Tengamos en cuenta primeramente que la persona con inclinación al
suicidio ha perdido toda capacidad de enfrentarse a una situación difícil.
Cualquiera que sea la causa, el suicida necesita hablar con alguien
sobre sus pensamientos y actos auto-destructivos, lo cual es un pro-
blema para la mayoría de nosotros que, en general, no reaccionamos
bien cuando alguien habla sobre depresiones, rabias o angustias.
Es común sentirnos obligados a reanimarlo y quitarle las malas ideas
de su cabeza. Pero así no conseguimos nada. Respuestas fáciles como
“es algo pasajero”, o “te sentirás mejor mañana después de un buen
descanso” no conducen a nada.
Además, muchos de nosotros podemos sentirnos tan abrumados
por el pecado del suicidio que hasta reaccionamos con horror. ¡Si
cometes suicidio iras al infierno!, es una respuesta muy usual en estos
casos. Pero ese no es el momento de hablar sobre lo bueno y lo malo.
Diga simplemente, con toda honestidad, que usted no tiene la respuesta
a todas las preguntas. Usted no es psiquiatra ni consejero, pero está
dispuesto a escuchar.
La realidad es que quienes hablan de suicidarse se sienten aliviados
cuando encuentran a alguien que no teme hablar sobre el suicidio.
Conversar abiertamente sobre suicidio no hace que una persona se
suicide. Precisamente tiene el efecto opuesto. Al facilitar que esa per-
sona vuelque sus emociones en una conversación franca contribuye a
que se aligere el peso del tema, del tabú. No juzgue. Ofrezca en todo
lo que pueda pero evite promesas de mantener el secreto y luego
aconseje a la persona para que busque ayuda profesional, ya sea el
médico, un psiquiatra o el consejero de la escuela. Y si la persona se
niega, entonces usted mismo pida consejo sobre cómo manejar la
situación.
La gente cuenta. Los humanos valemos. No sólo algunas personas
o algunas veces, sino todo el mundo todo el tiempo. Aunque no lo
pensemos así, Dios sí lo piensa. Nuestro Padre misericordioso quiere
que cada uno de nosotros, sus hijos, nos amemos como Él nos ama:
“Porque tú vales mucho más a mis ojos, yo te aprecio y te amo mucho”.
Isaias 43:4
Abril, 1999.
Comments