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¡LAS BOLSAS O LA VIDA!

Actualizado: 9 sept 2021

Todos sabemos el gran daño que las bolsas de plástico hacen a Tla Tierra, pero a veces se olvida que además representa un gasto enorme de energía fabricarlas y están hechas con derivados de petróleo, de muy difícil degradación. Durante muchos siglos hemos abusado sin misericordia de nuestro planeta Tierra y ya podemos contemplar los desastres que han resultado de nuestra actitud violenta: tala indiscriminada de árboles, uso de sus- tancias tóxicas en minas a cielo abierto, contaminación del aire con la quema de combustibles, polución de ríos y mares con desechos indus- triales y muchas actitudes más, verdaderos pecados sociales contra la humanidad. La disminución de la capa de ozono, el recalentamiento global y la aparición de enfermedades muy graves y evitables entre los más pobres, son algunas de las más tristes consecuencias. En realidad, los supermercados fueron invadiendo nuestras socieda- des brindándole a la gente el protagonismo en la compra. Nadie pensó entonces en el consumismo galopante, el despilfarro, en la construcción de una sociedad del desperdicio. Para afianzar esa nueva cultura del auto consumo, los supermercados se valieron de la góndola al alcance del cliente y la bolsa de plástico a la salida. Expresión de libertad y comodidad, sabiamente confundidas. Esto empezó hace más de medio siglo. Y desde hace varias décadas se empezaron a observar las se- cuelas de la invasión de termoplásticos al ambiente. Bolsas de plástico, la maravilla que se convirtió en una pesadilla, según Luis Sabini. Las bolsas plásticas están produciendo un impacto ambiental altamente preocupante. Los plásticos sintéticos no son degradables y no pueden convertirse rápidamente en sustancias más simples. De este modo incrementan los riesgos de producir enfermedades cancerígenas por los compuestos químicos que se integran a la tierra y al agua y emiten gases tóxicos si son quemados.

Cuando las bolsas de plástico están serigrafiadas todavía es peor ya que las tintas contienen residuos metálicos también contaminantes. Transportadas por los ríos y arroyos cercanos a los basurales, por el viento que las hace flamear o por los que alegremente tiran las bolsas de desperdicios en cualquier lugar, las bolsas terminan en cantidades en el mar. Por eso, no es de extrañar que el fondo de los océanos se encuentre tapizado de bolsas descartables que han ido a parar allí, rompiendo el equilibrio de la flora y la fauna marítimas, con conse- cuencias imprevisibles y a corto plazo. Aunque pueda sonar increíble, han aparecido bolsas flotando en el Círculo Ártico y cerca de las Islas Malvinas. Ya en la década de los 70, Jacques Yves Cousteau denunciaba que las pobres tortugas marinas confundían las bolsas flotantes con medusas y se las manducaban; una atroz forma de muerte de animales que habían sido alcanzados por la civilización. Y esto es corroborado por Green- peace, la institución internacional dedicada a defender la ecología, que estudia las vísceras de los animales silvestres y de los peces que apa- recen muertos sin explicación: casi nunca faltan en sus estómagos las bolsas plásticas. En las ciudades, las bolsas plásticas obstruyen alcantarillas, rejillas y desagües o se enrollan en los cables, mientras que en el campo se enganchan en árboles y arbustos y se estacionan en los campos sem- brados afectando el desarrollo de las plantas. No hay que olvidar que para la elaboración de los plásticos se utilizan fundamentalmente deri- vados del petróleo, lo que es particularmente preocupante, porque por un lado el petróleo no es un recurso renovable y, por otro, este insumo hace que las bolsas plásticas sean un residuo tóxico por su contenido y por su hiperabundancia en los basurales, rodeados gene- ralmente por poblaciones marginales y sumamente carenciadas, es decir más expuestas a todo riesgo sanitario. “El ser más amenazado de la naturaleza no es el oso panda de China, ni las ballenas: son los pobres del mundo” (Leonardo Boff). Los números asustan, según agrupaciones ecologistas, para ayudarnos a tomar conciencia de la situación. En el Océano Pacífico existe una isla del tamaño de Venezuela, for- mada por desechos plásticos que hemos dejado llegar al mar...

Pesará unos 100 millones de toneladas. En el mundo se producen por año entre 500 billones y un trillón de bolsas plásticas descartables. Una bolsa de plástico común tarda en degradarse, es decir en desa- parecer dejando en la tierra sus contenidos tóxicos, entre 200 y 1000 años. Un encendedor de acrílico, de los que utilizan los fumadores, tarda 500 años en degradarse. Y una reflexión tomada de cierto informe chileno resulta tan preo- cupante como las cifras: los plásticos que hemos venido usando desde hace cerca de medio siglo nos sobrevivirán: a nosotros, a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. Frente a este panorama están surgiendo en casi todos los países del mundo distintas voces de alarma y al mismo tiempo distintas soluciones, sugerencias y proyectos. He aquí algunas sugerencias para usar menos o no usarlas, según Gabriela Castori: Cargar más productos en cada bolsa. En México clubes de mujeres solidarias las lavan, las secan y rellenan colchones para las comunidades pobres. Algunos optan por rechazar las bolsas innecesarias y guardan en su cartera o bolso personal todos los objetos pequeños comprados. No recurrir a suplantarlas por bolsas de papel: no representan una solución porque significaría la tala sin fin de millones de arboles. Todo parece que hay que volver a la tradicional bolsa de compras de hace algunos años: de lona, hule, mimbre o de tela fuerte. Hay que incorporar a la vida cotidiana las cuatro erres principales: reducir los objetos de consumo, reutilizar los que ya hemos usado, reciclar los productos dándoles otra finalidad y finalmente rechazar lo que el marketing, descarada o sutilmente, empújanos a consumir. Marzo, 2010.


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