Vivimos en un mundo dominado por hombres y todavía para la
mujer no existen días gloriosos. Es cierto que hemos mejorado
en ciertas áreas y que la mujer ya tiene un asomo a algunas de las
actividades que antes sólo estaban clasificadas para hombres.
Ya hay mujeres doctoras, ingenieras, abogadas, biólogas, banqueras,
científicas, inventoras, etc. Pero en comparación al número que
representa la población de mujeres en el mundo, que suma más del
50%, es muy poco el porcentaje de mujeres alcaldes, ministros,
presidentes, primeros ministros, diputados, gobernadores, senadores,
vicepresidentes, políticos, premios Nobel, pintores, escultores y
compositores.
Existen actualmente muchas oportunidades para las mujeres y también
muchos desafíos. Las féminas siguen como amas de casa y además
trabajan en la oficina, tienda, fábrica y maquila. Y en ambos campos
se espera que la mujer sobresalga. El hombre está haciendo un poco
de ayuda en las labores domésticas pero no lo suficiente en comparación
a lo que le aumentó la responsabilidad a la mujer. La mujer moderna
tiene que enfrentar situaciones con sus hijos que no existían o eran
incipientes hace pocos años, como el Sida, el aborto, las drogas, los
anticonceptivos, el terrorismo, el homosexualismo, el incesto, la
paternidad por inseminación artificial y el cloning.
Sin embargo, para conmemorar el Día de la Mujer no voy a quejarme
más del mundo injusto y egoísta que nos rodea. Voy a presentar a la
mujer excelente que puede transformar al mundo. No necesitamos
mujeres pasivas ni conformistas. No queremos mujeres que escondan
la cabeza en el suelo con desesperación, o personas indiferentes que
piensen que tales problemas no afectarán a sus familias. Requerimos
mujeres valientes, luchadoras, honestas, no mediocres y, sobre todo,
virtuosas.
Gloria Ricardo nos dice que para ser una mujer de excelencia que
transforma el mundo, en primer lugar, (1) hay que conocerse y aceptarse
a sí misma. No se puede ayudar a otros si su vida no está ordenada.
La mujer por excelencia es también (2) una mujer que sirve, (3) que
ama, (4) que perdona y (5) que ora.
1) La mujer que se acepta a sí misma no se deja llevar por los celos,
ni la envidia ni la competencia. Ella valoriza su propia individualidad.
Al amarse a sí misma no es egoísta, pues no se puede amar a los
demás si se desprecia a sí misma. La mujer por excelencia no critica ni
a sí misma ni a los demás. Ella reconoce que es un ser privilegiado,
única, original, hecha a imagen de Dios, amada por Él y, por lo tanto,
de gran valor.
2) El secreto de la felicidad para la mujer (y para todos) es tener un
corazón de sierva. Se puede servir en el hogar, en la iglesia y en otros
lugares fuera de casa, sin abusar de ninguno. Se necesita equilibrio en
todo. La mujer sabia atenderá bien a su familia y su casa, pero no será
una esclava de la casa.
3) El amor no es una emoción sino una decisión que se expresa en
palabras, actitudes y acciones. La mujer excelente es una persona que
siembra semillas de amor en todas sus relaciones interpersonales. Amar
significa comunicación, aceptación sin condiciones, respeto, dedicación,
agradecimiento, expresión de sentimientos y sacrificio.
4) Los médicos afirman que la raíz de algunas enfermedades físicas
es el rencor. Si no se aprende a perdonar, el resentimiento no le dará
gozo sino que contaminará su vida espiritual. La mujer por excelencia
no gasta su energía en tener lástima ni lamentar el pasado. Ella convierte
los obstáculos de la vida en escalones y no les permite ser piedras de
tropiezo.
5) La mujer que coloca a Jesús en primer lugar y que lo busca de
todo corazón será un ser bendecido en todas las áreas de su vida.
Cada mujer (y todo humano) necesita un tiempo a solas con Dios. Allí
es donde recibe fuerzas para enfrentar el día y sus problemas. No hay
persona en la Biblia, ni en la historia, que haya hecho grandes cosas
por Dios que no haya sido una persona de oración. ¡Usted puede ser
esa mujer excelente! Enero 2001.
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