Tanto los hombres como las mujeres deben esforzarse para llegar
a la aceptación de sí mismos. Pero este trabajo es más difícil para
la mujer por la situación de inferioridad en que nuestra sociedad la
coloca, sea o no consciente de ello.
“Me siento feliz de ser mujer” o “me siento feliz de ser hombre” son
afirmaciones que deben decir ambos con plena sinceridad. Ser mujer
liberada no significa hacerse semejante al hombre, significa poder con-
servar su feminidad y ser hombre liberado significa aceptar en su viri-
lidad bien definida la originalidad y diferencias del cónyuge o com-
pañera.
Hoy rindo homenaje en especial a la madre por celebrarse su día.
J. L. Martín Descalzo pública una carta de una de sus lectoras, una
madre de familia que refleja una situación dramática al abrirnos su
corazón, digna de toda compasión humana: “Siempre, al volver del
trabajo, he ido corriendo a casa a cuidar de mis hijos. En contadas
ocasiones he tenido alguna ayuda. Nunca se me ha reconocido nada.
Mi marido, al terminar su trabajo, se iba de vinos hasta las tantas. A
veces no venía en varios días. Ha tenido amantes. Hasta un hijo con
una de ellas. Me ha dado palizas de muerte. Me ha insultado y en más
de una ocasión me ha echado a la calle en plena noche. Cuando vuelvo
de mi trabajo, cansada y cargada con la compra, tengo que seguir con
la casa y atender todo, puerta, teléfono, hijos, marido, comida, lim-
pieza... Tengo aún en casa varios hijos que aunque no son malos, siguen
la norma de su padre en dejar todo el trabajo para mí. Si protesto, se
me insulta. Si digo a los demás que no tienen conciencia, me dicen que
no paro de criticarles y que conmigo no se puede vivir. He pensado en
irme de casa y dejar que se las arreglen solos y vean cuál es mi papel,
pues mi marido me ha dicho en muchas ocasiones: ‘¿cuándo te vas a
morir?’ ”
Descalzo agrega: quien insulta y más aún quien golpea, pierde con
ello todos los derechos. Y si una madre lo soporta será, tal vez, una
santa, pero también un poco tonta. Las soluciones concretas varían en
cada caso, pero la postura ideal no tiene que ser el callarse eternamente.
Porque es fácil decir que cuando se ama todo se sufre gozosamente (y
de ese amor de las madres abusamos), pero también es que una madre
es un ser humano y se cansa como todo hijo de vecino.
¿Terminaremos algún día con ese machismo latino que hoy aún
sobrecarga a las mujeres, sobre todo cuando a ese súper trabajo no le
acompaña un mínimo de amor y cariño expresado?... A la madre de
esta carta yo voy a decirle que tenga energía para defender sus dere-
chos, además del coraje que ya tiene. Pero me gustaría pedirle además
a su marido y a sus hijos que tengan al menos esa cosa que se llama
conciencia.
Mayo 2004.
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