Nos acaba de nacer el nieto numero doce, es decir, ya tenemos Nuna docena completa de descendientes de nuestras tres hijas mujeres. Alina, nuestra hija menor, acaba de dar a luz a su cuarto hijo, al cual pusieron por nombre Yulen, nombre catalán que corresponde a Julio. No teníamos un recién nacido desde hace cuatro años y Yulen ha venido a recordarnos la maravillosa experiencia de la vida. Me tocó estar en el alumbramiento y pude gozar nuevamente esa alegría interior al contemplar el milagro del nacimiento de un niño, pasando de su posición embrionaria a la transición de despertar en un nuevo ambiente completamente diferente. La perfección y la sabiduría de Dios son incomprensibles y admirables. ¡Cómo la naturaleza va desarrollando una a una las etapas de este regalo divino! Después de la concepción, el niño no nacido sufre una metamorfosis durante nueve meses, desarrollando sus órganos, miembros, células y sistemas desde dos diminutos huevos (ovulo y espermatozoide) hasta lograr la madurez y el tamaño necesarios para el proceso del nacimiento. Sentimientos bellos de agradecimiento, regocijo, dolor y realización llenaron mi alma en aquellos instantes. Además me sentí muy orgullosa de mi hija Alina (mis otras dos hijas también se han desenvuelto igual) porque se portó muy valientemente y mantuvo control sobre el trabajo de labor todo el tiempo. El parto sólo duró 40 minutos y Yulen ya había salido de su escondite para incursionar al nuevo hogar. Cuando lo vi salir no pude contenerme y grité con júbilo anunciándole a la madre su sexo. El doctor fue muy eficiente, ocurrente y seguro de sí mismo. Le inspiró completa confianza a Alina y el resultado fue una combinación perfecta de entendimiento entre médico y paciente. La pediatra estaba lista para recibir al bebé, limpiarlo y revisarlo. ¡Qué frágil criatura! ¡Qué indefensa se veía y a la vez cómo infundía ternura! Me dieron deseos de cobijarla, abrazarla y apretarla contra mi corazón para consolarla. ¡Cómo pasamos desapercibido el misterio de un nacimiento! Todos los días nacen miles de niños pero los vemos con indiferencia, como algo muy común y corriente, sin realizar la grandeza y el amor de Dios al regalarnos estas vidas. En realidad la vida es don y propiedad de Dios. El hombre es señor de la vida, como es señor de la creación, de las cosas y de sí mismo. Pero no es su dueño absoluto. Siempre tiene que respetar el plan superior de Dios. Más propiamente es el administrador del tesoro de la vida, del que debe rendir cuentas. La vida es sagrada e inviolable por la relación que tiene con Dios, desde su origen, durante su existencia y hasta el final. Nadie puede disponer arbitrariamente de ella. Una nueva vida, un nacimiento, un hijo, un nieto es anunciar el gozoso mensaje del valor de la vida, de hacerlo llegar al corazón de cada hombre y de la sociedad. De celebrar el don de la vida con mirada contemplativa y agradecida al amor de Dios con la alegría íntima del don recibido. Ser abuelos de doce nietos es un regalo inmenso de vida. Nuestro Dios ha sido demasiado generoso con nosotros. Los abuelos formamos parte de la familia. Tenemos una misión bien definida. Mantenemos autoridad moral, tradiciones y costumbres. Suministramos consejos valiosos, experiencias vividas, madurez y plenitud ejemplares. Nos gozamos con los triunfos de los hijos y nietos y lloramos por sus desilusiones y fracasos. Sin embargo, no ocurre este estado de relaciones en todos los casos. Hay situaciones muy tristes en que los abuelos son marginados y olvidados pues ocasionan gastos, están enfermos o son improductivos. Lo ideal es que los hijos sean generosos con sus progenitores y estos correspondan con alegría, aceptando sus limitaciones físicas. Este es un canto a la vida, a la vida de mis doce nietos. Dios los bendiga... Octubre de 1995.
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MIMI PANAYOTTI BIENVENIDO
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