Este mes de Agosto está dedicado a la Familia como institución
fundamental de la sociedad. Y creo que nunca será suficiente
tratar este tema por su papel importantísimo en el desarrollo de
los pueblos.
Recientemente escuché una charla sobre el matrimonio. El disertante
decía que no se explicaba cómo hay matrimonios felices, teniendo en
consideración que se unen dos personas tan diferentes, de distinta
familia, creencia, educación, valores, etc., y se espera que vivan armo-
niosamente sin problemas el resto de sus vidas. Me quedé pensando
en estas apreciaciones y no pude más que aceptar su opinión. Son
muchas más las cosas que separan a un hombre y a una mujer que las
que las unen. Sólo un amor maduro y generoso puede marcar la dife-
rencia en la felicidad de la pareja.
Cuando asistimos a la boda de algún amigo querido contemplamos
con alegría las flores, las luces, los vestidos, los detalles especiales;
escuchamos emocionados las promesas de los novios y los cantos
solemnes; oramos y deseamos sinceramente que tengan una vida matri-
monial gozosa y esperamos confiados que así sea. Pero cuántas veces
hemos comprobado que a los pocos meses o años la pareja está di-
vorciándose, sin esperanza alguna de reconciliación, y con el problema
de los niños que se ven gravemente afectados por esta crisis entre sus
progenitores.
Hay cónyuges que aunque continúan casados, son extraños el uno
para el otro en sus propias casas. Tienen muy poco en común, sus
conversaciones son escasas y cuando las hay, suelen ser discusiones
sobre el dinero, la educación de los hijos o las relaciones sexuales.
¿Se puede lograr un matrimonio feliz en este mundo infeliz? ¡Por
supuesto que sí! No hay palabra más grande que la palabra amor, y en
ella se encuentra la verdadera clave de un matrimonio feliz.
Lo que verdaderamente falta en los matrimonios desdichados, en
todo el mundo, es amor. Pero el verdadero amor que demuestra un
interés auténtico por el bien del otro, el mismo que quisiéramos que el
otro tuviera por nosotros. El amor no se limita a aquella emocionante
atracción física, capricho o infatuación pasajera.
La regla de oro en el matrimonio es “tratar al cónyuge como quisiera
que lo trataran a usted”. Hay que amar a nuestro prójimo ––a nuestro
esposo o esposa–– como a nosotros mismos.
Cuando una pareja logra entrelazar la atracción romántica con el
profundo interés y el cuidado hacia el otro, cuando ambos comparten
el tiempo, las emociones, los sentimientos y la preocupación del uno
por el otro, están echando el sólido fundamento de un matrimonio
verdaderamente feliz. Vale la pena intentarlo...
Agosto, 2005.
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