La sociedad hoy en día, más que nunca, en sus diferentes aspectos y ramos necesita la información para funcionar adecuadamente. Necesita, por consiguiente, comunicadores bien informados y esmeradamente educados, comunicadores profesionales y sensibles, comunicadores actualizados y, sobre todo, comunicadores con una conciencia ética por excelencia. Ciertamente, el derecho de información tiene determinados límites, siempre que su ejercicio choca con otros derechos como son: el derecho a la verdad que ampara la buena fama de los hombres y de toda sociedad; el derecho a la vida privada, que defiende lo más íntimo de las familias y de los individuos; el derecho al secreto, si lo exigen las necesidades o circunstancias del cargo o el bien público. Estos conceptos son las definiciones generales y constituyen lo que debía ser el comunicador en esencia. Desgraciadamente, algunos de nosotros como comunicadores en Honduras y, en cierto grado, otros de América Latina, estamos conformados al amarillismo, al morbo, a la curiosidad, al sensacionalismo y al factor lucrativo, sin importarnos los requisitos mencionados arriba. Podemos observar en la prensa, en la radio y televisión, la falta de profesionalismo cuando cubrimos sucesos como muertes violentas, secuestros, abusos sexuales, problemas familiares, etc. Las imágenes crueles se presentan ante los ojos del lector con excesiva frecuencia y con toda viveza, deformando la visión exacta de la vida humana y propiciando un clima en el que se llega a considerar que la fuerza y la violencia son las únicas formas de ser oídos para resolver problemas y peticiones. Publicamos en primera página fotos espectaculares de muertos, exhibimos mujeres semidesnudas (abusando de la dignidad de la mujer), maximizamos los sucesos para entontecer y sacudir la opinión pública. Lo más triste de todo es que los malhechores reciben publicidad amplia y gratis por sus crímenes; en cambio los actos nobles, honestos y ejemplares son apenas mencionados. Además, los comunicadores hacemos más dura la pena de los familiares de las víctimas. Acosamos a los parientes, inventamos datos alejados de la verdad, ponemos en peligro la negociación en casos de secuestros, presionamos la obtención de información de una manera grosera y persistente. Cometemos verdaderas atrocidades, irrespetamos las vidas personales, nos ubicamos frente a las viviendas relacionadas con el caso durante todo el tiempo invadiendo la privacidad de la familia, tocamos el timbre insistentemente sin preocuparnos de la hora, investigamos a las personas cercanas, que no tienen relación, sin ningún tacto, especulamos con datos inciertos cuando no logramos conocer la verdad y no tenemos compasión del dolor ajeno. Los medios de comunicación deben ser canales positivos para ayudar a resolver situaciones violentas, como informar del estado de salud de las personas, los deseos de los parientes, proporcionar datos útiles que puedan acelerar el proceso; en cambio, los medios obstaculizan las negociaciones y ponen en peligro la vida y salud de los implicados, cambian la identidad y la situación económica de los intérpretes y publican lo que sea, con tal de hacer noticias. Los tiempos modernos no justifican que prescindamos de los valores honestos y morales, especialmente cuando más los necesitamos para legar una mejor herencia a nuestros hijos y nietos, cuando son imprescindibles para corregir la grave crisis que padece la familia humana. ¿Estamos empobreciendo o enriqueciendo la personalidad humana de los individuos o grupos sociales? ¿Estamos contribuyendo a mejorar su nivel cultural y penetrar sus mentes? ¿Les proporcionamos a los jóvenes espectáculos que les ofrezcan ejemplos de moralidad y les estimulen sentimientos elevados? ¿Tenemos nuestra conciencia tranquila, o aprobaría Dios la sinceridad, honradez y veracidad de nuestras publicaciones?
Como comunicadores hemos de reflexionar sobre nuestra delicada misión aquí en este mundo, examinarnos cómo cumplimos estos principios y cambiar prontamente lo que no estemos haciendo correctamente. Nuestra obligación ha de ayudar a iluminar y formar el juicio y criterio de otros, sobre todo de aquellas personas de escasa madurez y cultura (“Comunión y Progreso”). Nuestro ideal debe alcanzar la perfección como apóstoles de la verdad, de la honestidad y la justicia. Ojalá tratemos de alcanzar ese ideal... Noviembre 1998.
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