Para nadie es desconocido que el mundo vive una tremenda crisis.
Sobre todo la violencia, que es tan palpable que vivimos y
convivimos con ella. Nos rodea, nos envuelve, nos arrastra, nos sumerge
en un túnel sin esperanza, nos enferma, no nos deja en paz. Debemos
ser pacificadores para remediar esta situación, para vivir felices.
La manera para vivir más feliz es tener relaciones amorosas y
armónicas, de servicio y de entrega. Todos hemos conocido, por lo
menos, una persona que puede irradiar tal paz que calma cualquier
espíritu afligido, que nos inunda con su alegría y fortaleza interior y que
nos ayuda a enfrentar los sinsabores con serenidad y entereza.
¿Cómo ser pacificadores? Todos podemos ser aquel individuo a quien
los demás busquen por su compasión, generosidad, comprensión y
buena disposición. Pero debemos trabajar para ello. Lo principal es
fortalecer nuestra naturaleza religiosa y dar salida a los sentimientos
bondadosos, pacientes y amorosos para volcarnos en los demás. Aun
cuando sintamos la tentación de enojarnos, de gritar y de
impacientarnos, podemos detenernos inmediatamente e invitar a la
sabiduría y serenidad de nuestro Cristo interior para que se exprese a
través de nosotros.
La paz empieza en nosotros. No podemos transmitirla si no la tenemos
en nuestro corazón, sentimientos y pensamientos. Ser pacificador
significa estar en paz con nosotros mismos y transmitir esa paz en
abundancia. Nosotros tenemos un Dios maravilloso que nos ama
profundamente, que colma nuestros anhelos, que satisface nuestras
necesidades, que le da verdadero sentido a nuestra vida. Entonces,
con tales bendiciones es más que necesario que seamos esos
pacificadores que la humanidad necesita en estos momentos.
Somos pacificadores cuando disfrutamos de la vida, de la gente, de
situaciones positivas y negativas; cuando sonreímos frecuentemente;
cuando mantenemos un sentido del humor a pesar de las adversidades;
cuando encontramos felicidad en dondequiera que vamos; cuando
desarrollamos nuestro aprecio por las personas. Cada humano ofrece
su propia y valiosa contribución, además de ser especial e importante
para Dios.
Somos pacificadores cuando nos relacionamos con las personas que
menos nos agradan, abriendo canales de comunicación, creciendo,
aprendiendo y expresando nuestra propias cualidades de amor y
sabiduría; al procurar ser siempre una persona con la que sea fácil
llevarse, convivir y trabajar; cuando tenemos una sonrisa en la cara,
una canción en el corazón y palabras de aliento en todas nuestras
conversaciones. Seamos pacificadores todos.
Julio 2006.
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