En nuestro modo convencional y humano de dividir el tiempo, la llegada del año 2000 tiene importancia planetaria. Y sea cual fuere la situación personal, anímica, estructural, de fe, etc., prácticamente a nadie pasa desapercibida esta fecha coyuntural del termino de un milenio y comienzo del siguiente. Ciertamente, por más vueltas que le demos, no es una fecha tabú; tampoco catastrófica ni aterradora. Porque nada termina, ni nada comienza. Es eso, y sólo eso: una fecha convencional. Y aunque convencional, puesto que ahí está, vale la pena celebrarla. Pero si alguien tiene derecho ––casi diríamos, derechos de autor–– a celebrarla, somos precisamente los cristianos. Años más, años menos debido a la inexactitud cronológica (de hecho, ya hemos rebasado el milenio), los de la era moderna comienzan a contarse a partir del nacimiento de Cristo. Es natural pues que vivamos una celebración jubilosa, alegre, que lo será en la medida de nuestra fidelidad a Cristo y a su Evangelio y, en consecuencia, al hombre ––varón y mujer–– y a su entorno, el cos- mos, que es nuestro hábitat. Pero conviene recordar que, a pesar de la planificación del mundo, y donde la súper sofisticada era de la computarización todo nos lo vuelve pequeño, por cercano, mucha gente, sin embargo, no conoce a Cristo. Dos mil años de evangelización. Pero el mundo, el hombre actual están casi sin evangelizar. El año 2000 significa pues una toma de conciencia de nuestra responsabilidad al respecto. Ni hoy, en la era de las autopistas modernas de la comunicación interplanetaria, ni jamás, el hombre y la mujer pueden ni deben claudicar de su inteligencia, de su libertad casi infinita, ni de su Espíritu de divina hechura.
Desde el fondo de su ser, el hombre clama, en su pequeñez, por la transcendencia, Porque sabe que su alma no cabe en un CD, ni en la más potente computadora.
El año 2000 va a significar mirar al hombre para que este pueda mirar más allá de las estrellas. El Jubileo 2000 quiere ser una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias a Dios, sobre todo por el don de la encarnación de su Hijo y por la redención realizada por Él.
El comienzo del tercer milenio también quiere enfocar las miradas sobre la familia, en el papel que ha desarrollado hasta ahora, en la edificación de las sociedades y en guardar los valores morales en su escala correcta.
Al hacer un examen aunque fuese somero, nos damos cuenta que el matrimonio de hoy está sufriendo grave crisis de valores y de identidad. En estos momentos la familia peligra. Casi podríamos decir que hay que darle la razón a los jóvenes que no quieren casarse; sin embargo, el matrimonio ha sido instituido por Dios y su finalidad no cambiará. Los hombres somos los únicos culpables del estado actual de este sacramento, porque las parejas no cumplen aquellas promesas que se juraron uno al otro frente al altar.
Las causas más comunes, o mejor dicho los pecados que dañan las relaciones familiares, son:
1) La desintegración familiar, las madres solteras, la paternidad irresponsable, afectan la unidad y fidelidad querida por Dios, a través del sagrado sacramento del matrimonio.
2) El machismo y el falso feminismo que son modos de pensar y actuar y formas de anti testimonio y escándalo en la familia, porque niegan la verdadera dignidad de la persona.
3) El aborto voluntario considerado como pecado grave porque no se respeta la dignidad del niño por nacer, siendo este el ser más indefenso del mundo, ni tampoco la dignidad de los demás involucrados.
4) El adulterio público, la infidelidad, puesto que es un pecado grave que daña la relación entre los esposos, pudiendo llegar al divorcio. El adulterio de pensamiento y escondido puede ser un medio cómodo para desligarse de sus responsabilidades.
5) El uso indebido de la televisión, las novelas, los videos pornográficos, la música heavy metal, el acceso a Internet, películas violentas, revistas ilustrativas que afectan el pudor y la intimidad.
6) El abuso del alcohol y de las drogas. Muchos jóvenes no pueden salirse de sus garras, malgastando su vida, energía y dinero y no haciendo nada constructivo. Allí tengo mis acciones en la licorera, cuento real.
7) La falta de religión. La familia no medita, no lee la Palabra, no ora. Los hijos crecen sin fe ni dirección.
8) La falta de sacrificio. Los jóvenes se casan sin miedo y sin res- ponsabilidad porque si les va mal recurren al divorcio fácilmente. Ninguno quiere un trabajo difícil, a la primera dificultad se separan.
9) El marcado egoísmo de los padres y de los hijos. Todos piensan en su propia felicidad sin importarles la de los demás.
10) La deshonestidad, la mentira, el engaño, las apariencias, la falta de coherencia en las personas, empresas, iglesia y gobierno.
11) La brujería, el espiritismo, hechicerías, conformismo y fatalismo, muy presentes en varias familias y que se podrían llamar obras de las tinieblas.
Hay otras esclavitudes sociales de la familia. Algunas familias en nuestra época sufren graves esclavitudes sociales, realidades que podemos calificar como pecados sociales:
1) La pobreza y miseria se convierten en pecado cuando uno o varios
miembros de la familia irresponsablemente la provocan o no hacen nada para salir de ella. No se busca el bien común para salir de estas esclavitudes. La falta de salud, de vivienda, de servicios públicos reducen el bienestar de las personas.
2) Los salarios bajos, incluso en la misma iglesia, las injusticias sociales como ser la malversación de fondos públicos, engaño en el campo político, peleas entre los partidos.
3) El abuso de la mujer en las maquílas y en otras empresas. La falta de reconocimiento de los méritos de la mujer pagándole menor salario que al hombre en el mismo puesto. La exaltación de la mujer como objeto sexual en los medios de comunicación.
4) La explotación de los padres hacia los niños. Los mandan a pedir en las calles, semáforos, exponiendo sus vidas y hasta les ponen cuotas diarias.
5) Las violaciones de mujeres y niños, frecuentemente por miembros de la familia o personas conocidas.
6) La violencia, secuestros, maras, asesinatos, robos de autos y asaltos a bancos y empresas privadas. La indiferencia de las autoridades hace que los espacios de libertad de las personas honestas sean reducidos y restringidos por la criminalidad.
7) El exceso de dinero producto del narcotráfico y lavado de dólares, el cual es usado sin límites y sin temores en la construcción y comercio. 8) Las campañas políticas que empiezan desde el día de la toma de posesión del nuevo presidente, ocasionando gastos excesivos, pérdida de energía en construir algo positivo, la falta de seriedad de
los candidatos, la fiebre de ser presidente, etc.
9) El consumismo, las ofertas engañosas de las tiendas, la publicidad
provocadora de comprar cosas que no se necesitan, las exigencias
de las escuelas.
10) La falta de educación, de preparación, de tecnificación de la masa
obrera. La ignorancia es el enemigo más grande para el desarrollo de los pueblos.
Frente a este estado de cosas, frente a esta situación de pobreza, ignorancia y pérdida de valores, cabe preguntarse ¿qué es ser cristiano hoy en América Latina?, ¿qué debe hacer la familia para vivir la fe y la vida con vistas al tercer milenio?
1) Cambio de actitud. No puede prolongarse por más tiempo la situación de una fe separada de la vida, que oculte la injusticia so- cial. Este cambio supone una conversión tanto de corazón como de mentalidad y sobre todo de práctica cristiana; de una religión privada a una fe pública e historia; de una religión individualista a una fe comunitaria y eclesial.
2) Opción evangélica por los pobres. Descubrir en los rostros sufrientes de los pobres el rostro del Señor; los rostros desfigurados por el hambre, consecuencia de la inflación, de la deuda externa y de las injusticias sociales; los rostros desilusionados por la actitud de los políticos que prometen pero no cumplen; los rostros angustiados de los menores abandonados que caminan por nuestras calles y duermen bajo los puentes; los rostros sufridos de las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los migrantes e indígenas que no encuentran digna acogida; los rostros envejecidos por el tiempo y el trabajo de los que carecen de lo mínimo para sobrevivir dignamente.
3) Compromiso con mujeres y jóvenes. La pobreza tiene rostro feme- nino. Un compromiso cristiano con la mujer implica reconocer y defender su dignidad y sus derechos en la sociedad y en la iglesia, denunciar los atropellos que sufre e incorporarla al proceso de la política, de la cultura y de la iglesia, en reciprocidad y diálogo con el varón. El compromiso con los jóvenes significa tener en cuenta tanto su situación de pobreza y marginación social, como su potencial renovador para la sociedad y la iglesia.
4) Vivir en una comunidad eclesial. En estas comunidades la fe puede ser continuamente alimentada por la Palabra, la oración y la cele- bración sacramental, pero siempre desde la realidad social y cul- tural del pueblo, animando un compromiso por el Reino y sus valores. Estas comunidades son hogar de acogida, santuario de fe y de ex- periencia espiritual, centro de acción samaritana hacia los más necesitados, lugar de esperanza y alegría festiva. Estas comunidades son también un foco de formación humana y cristiana, desde los valores culturales y vivencias de la religiosidad popular.
5) Defender la tierra y la ecología. Ser cristiano en América Latina implica tomar conciencia de toda la problemática de la tierra y de la ecología y asumir una postura de ética ecológica, fermentando un desarrollo sostenible para todos, en una actitud de sobriedad y solidaridad, defendiendo la tierra originaria de los campesinos y poblaciones indígenas. La tierra es nuestra madre y patria común, no podemos convertirnos en devastadores de la obra de Dios. 6) Creer en el Dios de la vida y de la esperanza. La postura cristiana no puede ser negativa, la lucha contra los dioses de la muerte se orienta a favor del Dios de la Vida y de la Esperanza, el Dios creador de la vida, de Jesús que ha venido para que tengamos vida abundante, del Espíritu de Vida, fuente de nuestra esperanza. La gloria de Dios consiste en que la persona humana tenga vida, pero la vida culmina al participar de la vida de Dios. Es cierto que la tarea de los padres no puede aprenderse en ninguna escuela, ya que no existe en ninguna parte del mundo. Se imparten cursillos, encuentros y retiros pre-matrimoniales. El hogar podría ser una escuela de formación para los padres, cuando son buenos esposos, cuando ponen todo su empeño en ayudar a sus hijos a ser mejores ciudadanos e hijos de Dios, cuando se les ama de verdad. Ser padre hoy significa salvar a nuestro hijo de la jungla de las cosas que presenta la sociedad de consumo. Implica enseñarle que los valores y el respeto a la dignidad de la persona están por encima de todas las cosas. Ser padre hoy significa desarrollar el carácter en nuestros hijos. El carácter es lo que identifica a una persona en los momentos de fracaso o de éxito en la vida. Es el carácter lo que lo lleva a hacer lo correcto aun cuando nadie lo está viendo. Ser padre significa ser educador de un niño y aprender a decirle no. Esta palabra es muy importante porque el pequeño en su naturaleza egoísta es una montaña de deseos que lo quiere todo. Ser padre significa ser humilde ante el Creador y no quitarle su puesto de Padre de todos nosotros. A este respecto, Fredy Galeano cuenta que un joven se iba a graduar de su universidad. Su deseo mayor que había acariciado por meses era un carro deportivo Mercedes Benz. Pronto le contó a su padre que ese auto era todo lo que él quería con motivo de su graduación. Al llegar el anhelado día, el papá lo abrazó y le dijo cuán orgulloso estaba de él, que tanto lo amaba. Al terminar le alcanzó una cajita con una Biblia y el nombre del muchacho impreso en letras doradas. El joven palideció y después de un silencio grave le dijo a su padre: “Con todo lo que tienes y ¿esto es lo que me das el día de mi graduación?” El muchacho salió corriendo y se marchó para siempre de su casa. Años más tarde era un hombre con una bella familia que jugaba a los carritos con su pequeño hijo un sábado por la tarde. A su puerta llegó la noticia que su padre había fallecido. Rápidamente se vistió y ante la ausencia de su esposa salió con su hijo hacia la casa. Cuando llegó a su vieja casa entre lágrimas empezó a revivir memorias. Lo primero que le llamó la atención fue aquella Biblia de cuero que tenía impreso su nombre. Empezó a pasar páginas y vio cómo su padre había subrayado para él Mateo 7:11, “pues si ustedes, malos como son, saben dar cosas buenas a sus niños, ¡cuánto más su Padre del cielo se las dará a los que se las piden!” De repente de la contraportada de la Biblia una bolsita plástica se desprendió y en un interior tenía la llave de un Mercedes Benz con un recibo que decía: “pago en su totalidad”. Las lágrimas bañaron el rostro de aquel hombre y abrazando a su hijo recordó la oración que su mismo padre le había enseñado: “Padre nuestro que estás en el cielo...” Como pueblo de Dios tenemos la misión de suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado. Como cristianos debemos aspirar a que nuestra fe crezca y se fortalezca, y que seamos testigos de Jesús. Somos embajadores de Cristo en la tierra y como tales oremos para que el Espíritu Santo derrame la gracia de su unidad sobre toda la humanidad en el nuevo milenio. Preparémonos todos, entonces, como cristianos y como padres para alcanzar esa vida abundante que Él nos ha ofrecido... Marzo 1999.
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