Estamos viviendo actualmente en un mundo donde reinan la corrupción, el soborno, el robo y el engaño. Podemos ver en la prensa y en la televisión numerosos casos de falta de honradez a todo nivel: en el gobierno, en las empresas y bancos, en las escuelas y universidades y hasta en las iglesias. En el gobierno y en las fuerzas armadas ya no sorprende ver ricos de la noche a la mañana, disfrutando de tremendas mansiones, automóviles, lujos y viajes. Y aunque se conocen algunos nombres de individuos que han robado al erario público no se ha hecho nada al respecto; más bien, los malhechores son vistos como personas de la buena sociedad. En las empresas, industrias y bancos ha habido desfalcos, malas inversiones, préstamos sin garantía suficiente, llegando algunas a la bancarrota y dejando sin fondos a miles de personas inocentes. Y no digamos, la gente que se ha muerto cuando perdieron todos sus haberes que habían ahorrado durante toda su vida para proteger su vejez. En las escuelas, colegios y universidades se copia, se compra exámenes, se le pide ayuda al compañero para poder pasar, se usa drogas y alcohol y se pierde muchas clases de parte del maestro y del alumno. En las iglesias hemos visto cuántos escándalos ha habido con el mal manejo de los fondos de los contribuyentes y la corrupción de vida entre algunos de sus dirigentes. Podríamos enumerar muchísimos actos más de corrupción como sobornos en los juzgados, falsificaciones de marcas, sustitución de piezas originales, pérdida de tiempo en las labores, mentiras al cónyuge, engaños a los hijos y manipulación de los amigos. Es urgente tomar medidas drásticas para detener el derrumbamiento de las bases de nuestra sociedad: ética, honradez, moral, verdad, confianza en los demás e interés en el bien común. ¿Hacia dónde vamos? Estamos contaminados de igual manera como se está conta- minando la naturaleza. Las consecuencias de esta falta de honradez las pagamos todos a nivel personal y comunitario, porque poco a poco vamos perdiendo la confianza en todo mundo. El cinismo, el temor, la inseguridad, la envidia y la venganza se van apoderando de la sociedad, socavando sus es- tructuras y tradiciones. “Si todo mundo lo hace, yo puedo y debo hacerlo. Ser honrado no me llevará al triunfo. Si viviera de acuerdo a la ética, mis negocios se derrumbarían pues no se puede competir con los demás. Por qué no robarle al Estado si nunca ha hecho nada por mí... Y si no aprovecho ahora me llamarán estúpido”. Para que mejoremos nuestra sociedad y vivamos este siglo nuevo decentemente, debemos recobrar nuestros valores fundamentales morales y nuestras creencias religiosas y tradiciones. Hay que recobrar el espíritu de familia y hacer el bien común con responsabilidad y amor. La excelencia debe convertirse en forma de vida. La honradez beneficia a todos ya que provoca confianza en los demás y conduce a lograr una comunidad próspera, estable, segura y feliz. Pero la honradez no la puede producir o establecer el gobierno. Las leyes son buenas cuando los hombres decidimos cumplirlas. La honradez tiene que comenzar en casa, en el corazón y en la mente de cada individuo y debe mantenerse además intacta e incorruptible a pesar de las presiones y de las tentaciones. ¿Cree usted que vale la pena luchar por esa sociedad armoniosa, digna y confiable para heredársela a nuestros hijos y nietos? ¡Claro que sí! Propongámonos entonces que no desaparecerá la honradez... Seamos todos limpios en todo tiempo... Abril 2002.
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MIMI PANAYOTTI BIENVENIDO
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