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Foto del escritorMimi Panayotti

¿QUÉ NOS ESTÁ PASANDO?

Aunque me gusta tener una actitud positiva en todos o casi todos los aspectos de la vida, la realidad es que estamos viviendo una época alarmante, peligrosa y sin ningún prospecto aparente de mejoría pronta. La ola de asaltos en todo el país a bancos, gasolineras, negocios, buses, viviendas y farmacias va en aumento día a día. Los atropellos a la empresa privada son incontables. Y por desgracia, las autoridades militares y civiles no pueden controlar tal grado de criminalidad. En la televisión y en la prensa escrita podemos ver con demasiada frecuencia casos de violaciones, venganzas, peleas de maras, policías involucrados en robos, criminales que salen de la cárcel con permiso a cometer más delitos, ladrones que quedan en libertad a los dos días de su captura por falta de pruebas, casos de corrupción sin castigo a los culpables (o si alguno es encarcelado, los abogados muy pronto se encargan de sacarlo), droga decomisada aquí en tránsito para otros países, huelgas, falta de granos básicos, aumento de precios a la canasta familiar, toma de hospitales y edificios públicos, políticos peleando la nominación presidencial, indiferencia del gobierno a los problemas principales, toma de carreteras troncales y muchos otros incidentes que todos conocemos... Sin embargo, lo desconcertante y dramático es que la mayoría de estos problemas no tendrá solución y pasarán al olvido después de unos días de su publicación o presentación en los medios de comunicación social. En este momento queremos referirnos a dos incidentes específicos de la problemática nacional como un toque de alerta a nuestra sociedad y a nuestros valores morales y religiosos. En primer lugar, la incidencia del robo de automóviles es preocupante. Se dice que de 10 a 20 carros son robados diariamente; algunos de ellos son llevados a otros lugares de Centro América, otros son vendidos por piezas separadas y algunos hasta son enterrados unos dos meses mientras se calma el alboroto. Ya no hay respeto ni seguridad para nadie. Tampoco se salvan los ministros de la iglesia ni los religiosos. En menos de una semana se han llevado un microbús de las Misioneras de la Caridad que estaba estacionado frente a la Cámara de Comercio, otro vehículo del Padre Juan Civit, uno más de la parroquia de Villanueva y un último de la parroquia de Guadalupe. Las personas asignadas a estos medios de transporte son religiosos extranjeros que han venido a nuestra tierra a cuidar a los enfermos de VIH y a evangelizar a los fieles no creyentes. Lo que esta gente hace por nosotros no tiene precio. Ni nosotros mismos hacemos por los nuestros lo que hacen estos extranjeros (algunos de ellos son más hondureños que los verdaderos nativos). Y los hondureños en agradecimiento a su gran caridad, los despojamos de sus vehículos. ¡Qué bien! El segundo incidente es notar con tristeza cómo los medios de comunicación escrita están llevando a cabo exactamente lo opuesto de su finalidad, que es informar, orientar e instruir a la opinión pública. Recientemente se publicó en uno de los periódicos locales una entrevista a un artista americano que considero un insulto a la decencia y a la santidad de la familia. No quiero transcribir todas las malas palabras que se mencionan en dicha entrevista porque me parece que ya han hecho suficiente daño, pero sí escribiré dos de las oraciones que más me impactaron: “Es un hijo de puta el que dice ser pobre” y “En mi casa una puta es exactamente igual que la mejor hermana de la Madre Teresa”. ¿Qué les parece? ¿Qué nos esta pasando? ¿Cómo puede ser un modelo para la juventud un hombre que no valora a las personas, que no cree en la fidelidad, que lleva una vida contraria a los cánones de la familia? ¿Cómo vamos a desarrollar nuestros jóvenes con verdaderos principios morales y religiosos si les ponemos de ejemplo a individuos como este cantautor? ¿Qué sentimientos o ideales puede inspirar en la mente de los adolescentes todavía en formación? He tenido por norma no sólo criticar sino dar posibles soluciones. Sugiero que podrían juntarse el gobierno, la iglesia y las fuerzas vivas para hacer un operativo conjunto y tratar de poner un alto a la delincuencia nacional, y a los medios de comunicación exigirles un vocabulario limpio sin malas palabras y con mensajes edificantes. Yo estoy a la orden... Junio, 1996

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