Mañana estoy celebrando mi cumpleaños. Esta fecha me ha hecho sentir una inexplicable necesidad de revisar mi existir. He repasado muchas de mis acciones haciendo un profundo acto de conciencia para llegar a un balance justo entre mis éxitos y fracasos, mis aciertos y desaciertos y, sobre todo, mis prioridades. Debo dar una explicación sincera a mi familia, a mis amigos y a mis lectores. No puedo quejarme de mis años pasados porque he recibido muchísimos regalos, bendiciones, reconocimientos y sobre todo cantidades de cariño. He sido una mujer afortunada y no me refiero a la parte económica sino a la parte espiritual y social. Esto no significa que no haya sufrido dificultades, profundas pérdidas y muchos problemas que aunque me hayan dolido enormemente, como la muerte de mi madre y la de mi esposo, he recibido la fortaleza necesaria para superar esas situaciones y me han ayudado a madurar, a crecer, a aumentar mi fe. He tratado de ser una persona positiva, de ver el lado optimista de las cosas, muy alegre, de reírme con grandes carcajadas, de buscar soluciones, de ayudar al que está a mi lado, de gozar con los que ríen y de llorar con los que lloran, de trabajar arduamente (últimamente ya no puedo trabajar como lo hacía antes) y, sobre todo, de conocer y amar a Dios. Todo lo que he dicho anteriormente parece muy bonito y podría decirse que soy una mujer excelente, cercana a la perfección, ya para entrar a la santidad. Pero la verdad es otra. Estoy muy lejos de esa realidad. He fallado en muchos aspectos y por eso estoy aprovechando mi columna para pedir perdón primeramente a Dios, a mis hijos y nietos, al resto de la familia, a mis amigos y lectores. Mi corazón se encuentra contrito y apesarado.
Pude haber hecho mejor las cosas. Mis prioridades talvez no fueron las más acertadas. Pude haber sido menos egoísta, menos orgullosa, menos sensual, menos vanidosa. Pude haber sido más paciente, más tolerante, más servicial, más escuchadora, más sensible, con más empatía. Pude haber disfrutado más la creación, las cosas pequeñas que recibimos cada día y que ya pasan desapercibidas. Pude haber determinado mejor al pobre y al necesitado, pude haber amado más a Dios y a mis semejantes, pude haber profundizado los problemas de mis hijos y de mis nietos, pude haberme preocupado más cuando mis amigas me necesitaban, pude haber mejorado la condición de los trabajadores, pude haber sido más expresiva en mis demostraciones de cariño con la familia, amigos y todos en general. En fin, pude haber sido mejor mujer, madre, amiga, abuela y cristiana. La vida para mi debería haber sido más significativa, más sublime, más responsable, más caritativa, más productiva, más humilde... Por eso, nuevamente, pido un perdón humilde y sincero a todos. Mi único consuelo es que he tratado de caminar con el Señor desde hace muchos años y a Él como es perfecto y misericordioso le agradezco por aceptarme como soy. Agosto, 2010.
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