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¿QUÉ DELATA SU MIRADA?

Como mujer y para confirmar mis intuiciones, la mirada es algo que me fascina. Me impresiona leer como entre líneas diversos mensajes que nos envían los ojos, muchas veces diferentes de las ase- veraciones del que nos habla. Cuando preguntamos “¿hola, qué tal?, ¿qué hay de nuevo?”, la contestación más común es “bien” “muy bien” o “ahí vamos”. Pero al contemplar detenidamente el rostro de nuestro interlocutor descubrimos otros sentimientos que denotan tristeza, insatisfacción, impotencia, rencor, resignación o simplemente infelicidad. Y estas miradas veladas no engañan. Los ojos con su expresividad no mienten. Nuestros ojos hablan de nosotros. Nuestras miradas delatan lo que no quiere enseñar nuestro yo íntimo. Pero ¿cómo queremos mirar nosotros? ¿Qué quieren ver nuestros ojos? ¿Qué quieren mostrar nuestras ventanas del alma? ¿Queremos ser auténticos con nuestros sentimientos y darlos a conocer a los demás? Lo que pasa a menudo es que la misma realidad se ve distinta según los ojos que la miran o todo depende del cristal con que se observa. Hay personas que todo lo ven negro, muy negro, sin esperanzas, lleno de negatividad. Y así lo aceptan y viven una vida oscura, desdichada. Es muy cierto que todos pasamos por situaciones y problemas graves en nuestra existencia: enfermedad, muerte, pérdida del trabajo, escasez de dinero, relaciones familiares mediocres, que nos perturban y nos dan miedo. Es quizás en ese instante y desde ese lugar donde debemos optar por la vida, por tomar las riendas de nuestro destino, por llenar de colorido nuestra rutina. Porque algo está claro: el positivismo despierta optimismo y el negativismo, desazón. Y ¿cómo vamos a ser precisamente los cristianos los que miremos con cara huidiza, confusa y con perdón, incluso atontolinada, como si estuviéramos dormidos o enfadados con todo y todos? Debemos negarnos definitivamente a ser muestra de desesperanza en un mundo que no la necesita. Especialmente en estos días difíciles que estamos viendo hoy, con el problema de guerra entre Estados Unidos y el te- rrorismo y la crisis económica de nuestros países. No creo que sea un reto inalcanzable, no es cuestión de hacer de payasos poco convencidos, pero si de buscar la autenticidad de nuestra mirada, de nuestros actos. Y este grito al cielo es para mí un toque de atención para seguir queriendo mirar con ternura y desde la esperanza... porque, al final, el Amor siempre aparece. Mi llamamiento es a escoger con valentía, con libertad, el color que queremos poner en nuestra vida, un color alegre, positivo, lleno de esperanza, de amor y de confianza. Julio 2001.

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