PROGRAMA DE EDUCACIÓN SEXUAL
Antes de los años setenta la educación sexual no existía, era tabú, no se podía hablar más que a escondidas y nunca entre personas de diferentes edades, es decir, ni entre padres e hijos, ni entre adultos y niños, ni entre hombres y mujeres. Durante la década de los años 70 no se sabía bien en qué debía basarse una buena educación sexual y cómo transmitirla a los jóvenes para obtener un resultado positivo en su comportamiento y personalidad. La preocupación de los países más liberales en este asunto ––como Inglaterra, Estados Unidos, Dinamarca, etc. –– era disminuir el alto índice de embarazos en adolescentes y evitar el aumento de las enfermedades de transmisión sexual. Se implantaron desde entonces programas audaces y agresivos de educación sexual, atención y orientación profesional gratuita y confidencial a los jóvenes, anticonceptivos e incluso aborto sin costo para los jóvenes que lo solicitaran y sin necesidad de autorización de los padres. Los resultados han sido desalentadores. Ha aumentado el número de mujeres menores de 19 años que quedan embarazadas cada año y también las menores de 16 años. Además, la edad de iniciación a la vida sexual se ha reducido: hoy una de cada cuatro muchachas menores de 16 años ya mantiene relaciones sexuales y entre los muchachos la proporción es uno de cada tres. Es posible pensar que los programas fallaron porque no se les dio la formación necesaria para utilizar correctamente esa información. Era demasiada libertad para manejarla sin formación ni criterio. El año pasado el gobierno de Tony Blair decidió impulsar una campaña basada en la promoción de la abstinencia como forma de vida de los adolescentes. Lo que los expertos y los padres de familia están descubriendo es que ofrecer tanta información “sin formación” es contraproducente. No porque se deba ocultar la sexualidad como algo feo o malo, sino porque la vivencia plena de la sexualidad exige algo más que pura información. Existe una buena definición de esta materia: “la educación sexual es todo lo que una persona tiene que aprender desde que nace, para lograr vivir con una pareja feliz y permanente”. Y si la meta es vivir feliz y permanentemente el mayor número de años posibles, o toda la vida, se necesita para lograrlo una buena dosis de dominio personal, de respeto, de capacidad de entrega y ––muy importante–– de amor verdadero, que busca lo mejor para el otro, por encima de los gustos personales. Esto es lo que deben ofrecer los padres con su testimonio personal. Esto es lo que los colegios y escuelas están obligados a ofrecer si realmente están educando para el amor y la felicidad. Nuestros jóvenes merecen lo mejor. Julio 2007.