PROBLEMAS DE PERDÓN
Todos hemos sido ofendidos y todos hemos ofendido posiblemente a muchas personas. El problema es que cuando nosotros somos los ofendidos nos cuesta perdonar y olvidar. Igualmente, muchas veces nos sentimos ofendidos por motivos tan insignificantes que no vale la pena el esfuerzo ni de molestarnos siquiera. Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano, amigo, pariente o empleador. Perdonar es remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa que toque al que redime. Es renunciar a un derecho, goce o disfrute. En el Padrenuestro decimos: perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, o sea que está condicionado nuestro perdón por el Padre únicamente si perdonamos a nuestros deudores. ¿Quién sufre, el que odia o el que es odiado? El que es odiado vive feliz, generalmente, en su mundo, dice el P. I. Larrañaga. El que cultiva el rencor se parece a aquel que agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama. Pareciera que la llama quemara al enemigo, pero no, se quema uno mismo. El resentimiento sólo destruye al resentido. No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, aunque sea sólo por interés, porque no hay terapia más liberadora que el perdón. Perdonar no es tarea fácil. Es muy difícil no reconocer las ofensas dolorosas que hemos recibido: un padre que abandona a sus hijos y los olvida por otra mujer, una amiga querida que nos traiciona, un esposo infiel repetidamente, un despido injustificado, un hijo desagradecido y malcriado, un marido alcohólico violento, un pariente mentiroso que arruina nuestra reputación, en fin, hechos que han minado nuestra autoestima.
Un paso fundamental en el proceso del perdón es dejar de pensar en lo que nos duele, en lo que nos hicieron, en lo que fue la causa de nuestra rabia, de nuestro rencor. Primero se olvida y no se mira atrás. Hemos de poner tierra de por medio, dejar pasar un tiempo. Luego las cosas se ven de distinta forma, menos graves, y se va adquiriendo la conciencia del perdón. Algo muy importante, cuando la ofensa se vive todos los días y parece que ya no podemos, la gracia de Dios es la única solución para poder vivir con aire, con liberación y en paz, por medio de ejercicios de perdón. La falta de actitud para perdonar nos impide vivir y experimentar nuevos sucesos alternativos. Pero, sobre todo, nos quita la energía vital, que gastamos sólo en protegernos y no valoramos otros acontecimientos que pueden lograrnos un nuevo bienestar junto con la recuperación de nuestras capacidades. Octubre 2009.