En estos últimos meses he sentido con frecuencia deseos de llorar.
Por lo general, soy muy llorona y aun las cosas más sencillas
me provocan llanto: pueden ser tristes o alegres como una gra-
duación, una primera comunión, una película romántica, un poema,
una ópera, una boda, una expresión de cariño, una disculpa sincera,
un niño llorando o riendo, un recuerdo triste, en fin, no se necesita
mucho para aguarme los ojos. Mis amigas de grupo se ríen y me co-
nocen tan bien que ya me adelantan cuando voy a llorar.
A pesar de mi facilidad para llorar no me gusta que me vean en este
estado personas extrañas y creo que a todos nos pasa lo mismo. Cuan-
do lloramos pedimos perdón por haber permitido derramar lágrimas
en presencia de ellas. Es como si dejar caer las lágrimas fuera un delito
del que disculparse o algo de que avergonzarse.
Sin embargo, quiero mencionar algunos de los efectos positivos del
llanto. José Carlos Bermejo dice que las lágrimas liberan tensión, re-
lajan y desahogan. Desahogar es evitar ahogarse. También llorar pro-
duce descanso y tranquilidad de espíritu. Las lágrimas muestran la
grandeza humana y también su miseria.
Llorar es, con gran frecuencia, una reacción ante el dolor, necesaria
y apropiada, y está considerado como uno de los indicadores funda-
mentales de salud mental. Llorar reconcilia: consigo mismo y con los
demás. Repara, restablece orden y equilibrio en el pasado para permitir
vivir el presente serenamente. Llorar ablanda, deja visible la debilidad
o, si se prefiere, la fortaleza de los sentimientos y del aprecio por un
bien que se pierde: una persona, una relación, un lugar donde vivir, la
tranquilidad de la propia conciencia. Y ablandarse es humanizarse.
Entonces, si llorar libera, desahoga, produce sosiego, reconcilia,
ablanda, humaniza, ¿por qué avergonzarse o pedir perdón o exhortar
a no llorar?
¿Por qué mantenernos aún en “los hombres no lloran” y otras se-
mejantes?
¿Qué debemos hacer para consolar al que llora por la muerte de un
ser querido o por la pérdida de un bien material? Nunca debemos
invitarlo a no llorar. Pocas palabras salidas del corazón, auténticas, el
abrazo verdadero, el apretón de manos sincero y otros modos de
contacto físico, la mirada acogedora y transparente, son formas de
brindar consuelo.
Al tratar de consolar, con nuestro silencio estamos expresando un
lenguaje más expresivo que las palabras, estamos diciendo: “estoy
contigo”, “apóyate en mí”, “comparto hasta donde es posible lo que
sientes”.
Elogiando la bondad de las lágrimas, y para los que se han olvidado
de llorar, podríamos recordar a Gandhi que decía: “Toma una lágrima
y deposítala en el rostro del que no ha llorado”.
Diciembre, 2003.
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