Los humanos no sabemos por qué envejecemos. Ni siquiera los científicos han descubierto cuál es la causa del deterioro de nuestro cuerpo. ¿Por qué no se regeneran las células y se conserva la juventud? ¿Cuál es su edad? ¿Ya se nota en usted el desgaste de su organismo? Desde que el óvulo es fecundado por el espermatozoide en el vientre de la madre, es decir desde la fecundación hasta el nacimiento, y después hasta la adultez, el hombre sigue un proceso de desarrollo. Nacemos muy diminutos y poco a poco, a través de los años, crecemos en tamaño, en fortaleza, en sabiduría y en edad. Pero después de cierta etapa llegamos a un punto en donde ya no avanzamos, más bien parece que retrocedemos. Y esto es lo que se llama envejecimiento. Nadie se escapa de esa ley. A unas personas les llega más tarde o más temprano, después de los 30 años; cada uno tiene un ritmo diferente. Cuando nos vemos la primera cana o la primera arruga, o notamos menos energía o elasticidad para movernos, nos damos cuenta de que al reloj de nuestra vida empieza a faltarle la cuerda. El tiempo se nos escapa de las manos. Nuestra vida terrenal se acerca a su fin. La vejez está cumpliendo su meta inexorable. Todo mundo quiere permanecer joven. Muchas personas luchan contra la vejez pues nadie quiere verse mayor; deseamos presentar una apariencia juvenil. Por eso, hoy en día, hay gran cantidad de terapias, tratamiento y medicinas rejuvenecedoras, centros de salud y clínicas de belleza en donde se logra retardar en cierto grado las señales de la vejez. Sin embargo, nada ni nadie puede cambiar para siempre el proceso de la vida. Tanto es el deseo de impedir la muerte física que hay lugares donde una persona se puede congelar para ser revivida más adelante, cuando descubran la cura de la causa de su muerte.
Pero este criterio no está aceptado por la mayoría. Además, el tejido congelado se estropea irreparablemente. Todo lo anterior nos lleva a analizar cuál es el verdadero propósito de la vida. ¿Hemos venido al mundo únicamente para crecer, reproducirnos y desaparecer con la muerte? ¿Somos el producto acaso de un plan meramente biológico y temporal? ¿O esperamos algo más en el futuro? Nuestra vida corporal es pasajera pero el plan de Dios es otro. Él nos ha ofrecido una vida abundante y eterna (Juan 3:16). Como criaturas mortales y frágiles podemos vivir para siempre, por medio de un regalo bellísimo que Jesús nos ha dado: la esperanza de la eternidad. En su palabra, Dios nos promete que resucitaremos con un cuerpo inmortal para nunca envejecer. ¡Qué promesa tan confortante y alentadora! ¡Ya desde ahora podemos convertir esta vida terrenal en vestíbulo de lo eterno! ¿Qué importa entonces que nos pongamos viejos? ¿Qué más da si perdemos los dientes, el pelo y la energía? Nuestro hombre exterior se va desgastando, pero el interior se renueva día a día (2 Cor. 4:16). El Espíritu Santo fortalece nuestra alma y nos transforma en nuevas criaturas, así que nunca moriremos. El reloj de Dios es eterno, nunca se detiene y así será también el nuestro. Comencemos desde ahora a vivir ese plan perfecto que Dios ha diseñado para sus hijos. No nos preocupemos por el paso de los años y no nos apeguemos a esta vida terrenal como si fuera todo lo que existe. Recibamos esa dadiva de Dios que es la vida eterna... Enero 1997.
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