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NUESTRA SOCIEDAD MACHISTA

En una sociedad matriarcal el hombre asume roles y funciones que, de manera dramática, tratan de hacer resaltar su hombría, como queriendo compensar el hecho innegable de que la mujer es el centro de toda atención y actividad. De ahí el doloroso comportamiento machista, que tanto perjudica a nuestra cultura latina. Es el hombre machista el que refleja grandes problemas de identidad cuando actúa con empeño de demostrar que él es más que los demás. Algunos rasgos del comportamiento machista, según P. Domingo Rodríguez, son: Si está tomando alguna bebida alcohólica, el macho insiste en probarle a los demás que le rodean que él sí sabe y puede tomar su licor, que él tiene dinero suficiente para pagar su trago y el de los demás. Si es cuestión de vulgaridad, obscenidades del macho son las que sobresalen y, por supuesto, llaman la atención de los circundantes. Al igual, cuando de experiencias sexuales se trata, jamás nadie logrará compararse con su proeza y andanzas. ¡Ni Supermán alcanza a lo que su machismo ha llegado! Es ironía escandalosa de la cultura machista que, mientras el hombre defienda tanto la honra de su propia hermana, busque constantemente conquistar las hermanas de todos los demás. Tampoco se entiende cómo respetando a su propia madre, no le importe adulterar con la madre de quien sea. ¡Es todo una doble norma de comportamiento! Claro que la cuestión de la doble norma comenzó hace muchos años atrás, cuando era niño. Se da por sentado que a la niña hay que pro- tegerla manteniéndola en casa y bajo vigilancia. Al niño, al contrario, se le deja afuera, en la calle, “para que aprenda a ser macho”, según usualmente se dice. Por lo general, es el papá de la niña, que siendo muy macho, se muestra intolerante con su hijita y no deja que salga con nadie, hable con nadie, ni piense en nadie.

Lo que este pobre papá no sabe es que esa hijita es la candidata perfecta para que cualquier charlatán la engace ofreciéndole “liberación” en términos de afecto y comprensión. Desde pequeñito el desespero de la familia siempre fue que el varóncito le saliera “enamorado”. Repetidas veces se le preguntaba a manera de lavado de cerebro, “¿y cuántas novias tienes?” ¡No una novia, nótese, sino varias! Esta insistencia de los adultos en inculcarles a los varoncitos toda la cuestión de novias, de mujeres, proviene del pánico que existe en la mentalidad machista, que es la inseguridad de que el niño le salga afeminado u homosexual. En el matrimonio su comportamiento suele ser brusco, bruto e inconsiderado. Se manifiesta y expresa con ciertos aires de superioridad. Es precisamente este sentimiento de superioridad que se traduce en términos de total independencia, violencia física y con- trol completo de decisiones. El macho no depende ni de nada ni de nadie, se puede valer por sí solo. Tal es su autosuficiencia que la propia relación con Dios o con cualquier figura en el campo espiritual es innecesaria. El dejarse dominar o controlar por los sentimientos es para el macho algo intolerable. Se juzga como una debilidad. ¿Qué puede hacer el hombre que realmente desea cambiar para acabar con estas actitudes? Tome tiempo para escuchar sin corregir cuando su esposa o hija tengan algo que decir. Entregue a su esposa la responsabilidad de algo importante para la familia sobre lo que antes le parecía que sólo usted podía tener el control. Ceda ante otras opiniones distintas a la suya. Esfuércese por compartir con su familia sus propios sentimientos, dificultades y alegrías, aunque le resulte difícil. Sólo una persona fuerte puede hacer esto. Noviembre 1999.

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