El año recién pasado fue declarado por Naciones Unidas como el
Año Internacional de la Familia. Siguiendo más o menos esa misma
relación este año será dedicado a la mujer. En Pekín se llevará a cabo
en 1995 la Conferencia Mundial dedicada específicamente a la mujer,
sobre el tema de la acción para la igualdad, el desarrollo y la paz.
En el mensaje del uno de Enero, Juan Pablo II se refiere a la jornada
mundial de la paz como fundamento esencial para acabar con la
violencia porque tiene puesta su mirada angustiada en las guerras y las
injusticias que pesan sobre tantas personas del mundo entero.
Ya es demasiado. No sólo debemos hablar sino proceder de
inmediato con los hechos. Al crimen y al delito hay que tratarlos con
mano fuerte. Olvidémonos del sentimentalismo y de la conmiseración
mal entendidos. Debe detenerse a toda costa el estado actual de
muertes, robos, corrupción, violaciones y abusos en todos los niveles.
La seguridad, la justicia y la paz han desaparecido y deben volver a
reinar en nuestros hogares.
¿Cómo hacer esto realidad? ¿Cómo enfrentar y combatir esta
situación? Sabemos bien que es muy difícil y que puede tomar largo
tiempo conseguir la verdadera paz basada en la dignidad humana. Es
necesario promover y reconocer el derecho de todo ser humano a
vivir como persona con derechos y deberes inviolables. Pero al mismo
tiempo hay que proteger al hombre del mismo hombre malvado y sin
valores.
En el mensaje sobre la paz el Papa cuenta con el apoyo de las mujeres
como educadoras en la paz y les solicita lo siguiente: “pido a las mujeres
que sean educadoras para la paz con todo su ser y en todas sus
actuaciones: que sean testigos, mensajeras, maestras de paz en las
relaciones entre las personas y las generaciones, en la familia, en la
vida cultural, social y política de las naciones, de modo particular en
las situaciones de conflicto y de guerra. blanca s¡Que puedan continuar el camino hacia la paz ya emprendido antes
de ellas por otras muchas mujeres valientes y clarividentes!”
“Es verdad que las mujeres de nuestro tiempo han dado pasos
importantes en esta dirección, logrando estar presentes en niveles
relevantes de la vida cultural, social, económica, política y, obviamente,
en la vida familiar. Ha sido un camino difícil y complicado y, alguna
vez, no exento de errores, aunque sustancialmente positivo, incluso
estando todavía incompleto por tantos obstáculos que, en varias partes
del mundo, se interponen a que la mujer sea reconocida, respetada y
valorada en su peculiar dignidad. En efecto, la construcción de la paz
no puede prescindir del reconocimiento y de la promoción de la dignidad
personal de las mujeres, llamadas a desempeñar una misión
verdaderamente insustituible en la educación para la paz.
Por esto dirijo a todos una apremiante invitación a reflexionar sobre
la importancia decisiva del papel de las mujeres en la familia y en la
sociedad, y a escuchar las aspiraciones de paz que ellas expresan con
palabras y gestos y, en los momentos más dramáticos, con la elocuencia
callada de su dolor”.
“Para educar a la paz, la mujer debe cultivarla ante todo en sí misma.
La paz interior viene del saberse amado por Dios y de la voluntad de
corresponder a su amor. La historia es rica en admirables ejemplos de
mujeres que, conscientes de ello, han sabido afrontar con éxito difíciles
situaciones de explotación, de discriminación, de violencia y de guerra”.
“Cuando las mujeres tienen la posibilidad de transmitir plenamente
sus dones a toda la comunidad, cambia positivamente el modo mismo
de comprenderse y organizarse la sociedad, llegando a reflejar mejor
la unidad sustancial de la familia humana. Esta es la premisa más valiosa
para la consolidación de una paz auténtica”.
No puede negarse el papel de las mujeres en este camino de paz,
pero también a hombres, niños y ancianos, ricos y pobres, a todos les
toca contribuir para alcanzar la convivencia pacífica, si queremos tener
un futuro con esperanza que heredarle a nuestros hijos. Trabajemos
ya...
Enero 1995.
Comments