Uno de los Misioneros que estuvo recientemente en Honduras para
la misión de evangelización, el P. Manuel Cabello, cuenta una de
sus impresiones durante su apostolado misionero:
Llegué a la parroquia de Arizona en la costa caribeña, en el Departamento de Atlántida. Una parroquia con 70 aldeas y muchos kilómetros
cuadrados. Comencé el viaje desde el centro de la parroquia a mi
sector de Lempira. Fueron dos horas en coche por caminos de tierra
y otras cuatro horas de caballo y botas hasta mi destino en medio de
grandes valles, montes y ríos. No hay puentes, hay lluvia, barro, un
lugar lleno de verdes bosques, aguas bravas, todo precioso pero donde
el anuncio del Evangelio es más auténtico que nunca.
Son lugares donde no hay luz eléctrica, ni agua potable, ni comunicaciones, con todo lo que esto condiciona en una vida diaria la alimentación, la higiene, la educación de los niños, la economía. Trabajan
muchísimo para dar razón de ser a una mera agricultura de subsistencia:
arroz, frijoles, maíz y algún animalito que otro, especialmente gallinas.
La vida aquí es realmente ardua...
No es exagerado decir que la Iglesia es la única institución que realmente se preocupa de ellos. Por eso viven la misión como una gran
bendición. Son hombres y mujeres sencillos... pero con una fe tan
grande que sí que mueve montañas. Fe sencilla en todo, pero auténtica.
Una fe que da razones para vivir, que ilusiona y que aporta ese humus
necesario que todo grupo humano necesita para seguir siendo tal y no
otra cosa.
Me han dado lecciones de humanidad y de fe, especialmente los
Delegados de la Palabra, verdaderos hombres de Dios comprometidos
con su comunidad de fe y con su aldea. Una vez más el tópico: Si Dios
no está allí, ¿dónde va a estar? Todas las penalidades son anécdotas
cuando está en juego lo más sagrado de las personas.
La vida se ve de un modo muy complicado, por un lado, y muy
simple por otro. ¿No se entiende? Sí cuando estás entre ellos.
No me puedo olvidar de mi “ángel de la guarda”, que es una monjita
joven llamada Lilian. Ella me acompañó, me abrió puertas, me orientó,
me aconsejó... Ella los visita todos los meses o cuando es necesario.
Es pequeñita de estatura, de edad, quizá esté en formación, pero es
gigante frente a mí en corazón y amor a Dios en esa gente. Al igual que
sus dos hermanas, dedican su vida a dar voz a los que por pena o por
falta de cultura no tienen voz y pocas posibilidades de tenerla entre
tanto abandono. Son mujeres valientes, fuertes y entregadas en todo.
Tratamos de ser voceros y acompañantes de estas gentes. No sé si
con la misma pasión y generosidad que ellos practican con nosotros
pero con esa intención se lo pedimos al Señor cada día.
Noviembre 2006
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