Hay muchas asociaciones y muchos proyectos sociales y religiosos que trabajan arduamente por combatir el hambre en el mundo. Y aunque su labor es de admirar y reconocer, porque es innegable que hacen una lucha encomiable, todavía las personas hambrientas y marginadas siguen contándose por millones en el mundo. Manos Unidas acaba de presentar un mapa duro y complicado de pobrezas y opresiones, de abusos y corrupciones, por lo general interpretadas por los que detentan el poder. Sin embargo, las denuncias y los gritos no son suficientes. Necesitamos la ayuda de todos, especialmente de los países más desarrollados, aunque estos sean talvez los menos dispuestos a cambiar tal situación en el mundo. Si queremos eliminar la pobreza, debemos promover la justicia, la igualdad y la libertad. Ya no es cuestión de hablar de pobrezas, sino de acercarse y estar al lado de los pobres desde la solidaridad y la cooperación. Todos hemos visto cómo cantidades inmensas de dinero de los países desarrollados se destinan, sin ningún remordimiento, a la creación de las armas más sofisticadas para matar y acallar el grito de los débiles. ¿No estamos siendo testigos todos de la próxima guerra entre Estados Unidos e Iraq, en donde millones de millones de dólares se han invertido en los aparatos más modernos para exterminar en el menor tiempo posible la mayor cantidad de mortales? Existe una culpable despreocupación en malgastar infinidad de alimentos en el tren de vida de países más desarrollados y también la de rendir culto al cuerpo en busca de una silueta estilizada después de excesos incontrolados. El hambre sigue exigiendo una respuesta urgente de todos los hombres. Sí, es menester una respuesta adecuada que elimine el subdesarrollo y la miseria.
Necesitamos iniciar una lucha concertada y más intensa para discernir que el pobre evangélico no se conforma con las migajas sobrantes, sino con la implicación de quien ha sido llamado a compartir sus bienes. Podríamos subsanar esta grave enfermedad con un cambio serio de valores fundamentales. Urgen soluciones más amplias y menos visitas de protocolo y anuncio de promesas, casi siempre ilusorias. La solidaridad necesita de una colaboración sincera y conjunta, y, sobre todo, de una voluntad política de llegar al fondo de los problemas. En este sentido hacemos nuestras las palabras del Sínodo de los Obispos: “Hoy es imposible la santidad en el mundo (léase paz, solidaridad, desarrollo y promoción humana...) sin un compromiso por la justicia”. Marzo 2003.
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