La palabra laico o seglar no es muy conocida en nuestros medios eclesiales. Según el diccionario, laico es un individuo que no pertenece al clero. Se aplica a la enseñanza en que se prescinde de la instrucción religiosa. Seglar significa lo mismo, una persona no eclesiástica. Para tener una definición más amplia y según el Nuevo Catecismo, laicos son todos los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Los laicos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano, de la Iglesia y en el mundo. Vemos allí también que los fieles seglares se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la iglesia. Ellos tienen la obligación de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuanto sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. Su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia. Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea de todo creyente. Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. El apostolado de los laicos no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes... como a los fieles. También tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los pastores consagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y de la reverencia a los pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas. Pero para lograr esta capacidad de los laicos, según Vaticano II, se requiere de una completa formación humana acomodada al carácter y cualidades de cada uno. Debe aprender a cumplir la misión de Cristo viviendo de la fe en el misterio divino de la creación y de la redención, movidos por el Espíritu Santo, quien impulsa a todos los hombres a amar a Dios y a los hombres en Él. Además de la formación espiritual, se necesita una sólida preparación doctrinal, teológica y moral. Poco a poco, con prudencia, el seglar aprende a verlo, a juzgarlo y hacerlo todo a la luz de la fe, a formarse y perfeccionarse a sí mismo por la acción con los demás y entrar así en el servicio activo de la iglesia. Cada laico deber ser ante el mundo un testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús y una señal del Dios vivo. Todos juntos y cada uno de por sí deben alimentar al mundo con frutos espirituales y difundir en él el espíritu de que están animados aquellos pobres, mansos y pacíficos a quienes el Señor proclamó bienaventurados. En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo. “Yo soy la vid y ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada”. Jn 15:5. “Y como cada uno ha recibido algún don espiritual, úsenlo para el bien de los demás; hagan fructificar las diferentes gracias que Dios repartió entre ustedes”. 1 Pe. 4:10. “Cristo da organización y cohesión al cuerpo entero por medio de una red de articulaciones, que son los miembros, cada uno con su actividad propia, para que el Cuerpo crezca y se construya a sí mismo en el amor”. Ef.4:16. “Todo cuanto hagan de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor, dando gracias a Dios Padre por él”. Col. 3:17. “No hay judío ni griego, no hay siervo ni hombre libre, no hay varón ni mujer. Pues todos ustedes son uno en Cristo Jesús”. Col. 3:11. “¡Ay de mí si no evangelizare!” 1 Cor. 9:16. “En esto conocerán todos que son mis discípulos, si se tienen amor unos a otros”. Jn 13:35. Como testimonio personal, en mi vida cristiana los factores que me han ayudado a perseverar y a crecer son los siguientes: 1) Mi primer encuentro con Jesús fue en un Cursillo de Cristiandad. Desde entonces mi vida empezó a cambiar. Salí con un celo apostólico tan grande que quería dedicarme completamente a hablarle a todo el mundo del amor grande y gratuito que Él profesa a la humanidad. Fui rollista de Cursillos y dirigente de Jornadas Juveniles. Actualmente, cada vez que me piden que pronuncie charlas sobre algún tema específico, lo hago con gusto. 2) Como persona activa, me dejo llevar por la acción. Buscamos ocasiones y lugares donde ayudar a los más necesitados. Trabajamos con el hospital para enfermos de VIH, en la Colonia Bográn. 3) En Casa de Oración profundicé la práctica de la oración y la unción del Espíritu Santo. Finalmente en Talleres de Oración y Vida, los desiertos me han llenado de la presencia y de la comunicación con el Padre. Esta es mi fuerza principal. Estar con el Padre a solas y en silencio. Allí cada vez se me renueva el encanto de la vida. Estoy impartiendo actualmente estos aprendizajes del P. Ignacio Larrañaga. 4) Como grupo Madre Teresa, la reunión de grupo es el nido donde hemos crecido todas. Nadie puede crecer ni salvarse por sí sola, lo hacemos por racimos e insertadas en la vid. Nos apoyamos mutuamente, reímos y lloramos dependiendo de las circunstancias. Nuestra amistad ha crecido muchísimo, nos hace vivir más felices llenas de esperanza, cariño e interés una por la otra. Cuando baja nuestro nivel de espiritualidad, el grupo nos empuja a subir de nuevo. No podemos permanecer mucho tiempo con las baterías descargadas. 5) Me he interesado por estudiar la Palabra. Aprovecho, cuando puedo, reuniones, conferencias, retiros, ejercicios espirituales, congresos, libros, televisión, películas y comentarios para profundizar y conocer más la Sagrada Escritura. Ahora hay muchas oportunidades a nuestro alcance de ampliar conocimientos y alimentar nuestra vida espiritual. 6) Mi columna en La Prensa todos los sábados es otra de las armas que me ha ayudado a investigar, buscar y aprender sobre diferentes temas, para transmitirlos a los lectores. 7) El servicio, el testimonio, el trabajo, el estudio, la piedad y cualquier oportunidad que se me presenta de hacer algo por el Reino, la aprovecho para llevarla a cabo, tratando de hacer la voluntad del Padre. 8) La paciencia y la perseverancia (todavía me falta mucho en estas dos virtudes) son palancas muy fuertes que ayudan enormemente a que el entusiasmo no baje de tono y sigamos con ardor nuestro apostolado. Los laicos constituyen un pilar fuerte, una base firme en el engranaje de la iglesia, en la extensión del reino, en la prédica del Evangelio, en la asistencia a los actos litúrgicos, en el apoyo a los pastores en su misión apostólica. Y de hecho así es, la jerarquía depende en un alto grado de la cooperación de los seglares. Lo negativo es que así como hay escasez de vocaciones religiosas y sacerdotales, así hay también carencia de laicos comprometidos, capacitados, responsables, con poder de decisión, con criterio propio para discernir lo verdadero y lo inicuo y con el tiempo suficiente para dedicarlo libremente a servir. Y lo triste también es que entre los laicos hay muchos que sólo hacen bulto, pero a la hora del compromiso rehúyen la responsabilidad. Por eso muchas veces la jerarquía no confía en los laicos y asumen ellos todo el trabajo de la iglesia. Por otra parte, hay algunos sacerdotes a quienes les cuesta delegar en los laicos, quizás por experiencias ineptas que han vivido con ellos. El P. Ignacio Larrañaga ha encomendado todo el manejo de los Talleres de Oración y Vida y de las Experiencias de Dios a los laicos y ha apostado por ellos. Hace ya más de 20 años que caminan solos y lo están haciendo muy bien. Como mujer, como madre, como esposa y como seglar comprometida me han pedido que toque este asunto en forma un poco vivencial. Junio, 1999.
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MIMI PANAYOTTI BIENVENIDO
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