No podemos negar que la vida de familia con hijos y otros parientes es siempre complicada y hasta difícil. Cada miembro tiene distintas personalidades, diferentes gustos y metas, predilecciones en la comida, en la recreación e ideas contrarias en política, religión y deportes... Pero hemos de reconocer que al final, mostrándonos tal cual, solamente en el hogar uno vive en la libertad real de ser querido y valorado como es. Las relaciones familiares entre padres e hijos, entre hermanos, primos, abuelos y nietos, es decir, con las personas que se nos han puesto en la vida sin que nosotros las elijamos, pudieran ser en ocasiones problemáticas, pues hay diferencias de edades, gusto y preferencias; sin embargo, la familia es el lugar en donde podemos ser como realmente somos y a la gente con la que vivimos aprendemos a quererla, precisamente por eso, porque la conocemos bien. Nadie nos quiere tanto como nuestros padres, ni tan desinteresadamente, y aunque conocen todos los aspectos de nuestra personalidad, virtudes y defectos, aún así nos aceptan y nos quieren. Lo mismo ocurre entre hermanos, cuando viven en la misma casa, es común que discutan e incluso que peleen, pero cuando pasa el tiempo y se tienen que separar, entonces se valora más el amor que se tienen. Es absurdo y paradójico que las cosas más importantes de nuestra vida, las que más nos afectan como personas, son precisamente las cosas que no escogemos, sino que nos vienen dadas por la familia: nuestros padres y hermanos, el país donde nacimos, nuestra raza y figura física, nuestro temperamento natural, la salud física y mental o la discapacidad, dice Phoebe Wilson. Pero no es para indignarnos, sino todo lo contrario. Lo que se podría percibir como una enorme falta de libertad, es, precisamente, la causa de nuestra mayor libertad como personas.
En la familia el amor es total porque es incondicional y es incondicional porque no existe la opción de elección. Me tienen que querer por quien soy, lo bueno, lo malo y lo feo. Porque no me eligieron ni yo los elegí, porque no me pueden cambiar por otra persona, ni yo los puedo cambiar, y porque nuestra familia (queramos o no) siempre será nuestra familia por el hecho de que aquí nacimos. La familia es el único entorno donde tenemos toda la libertad para ser, vivir y desarrollarnos como personas y donde somos acogidos, amados y apreciados por quienes somos. Aunque son las personas con quienes más chocamos, por ser con quienes más tiempo estamos, no tenemos que preocuparnos por hacer el ridículo o perder la popularidad, porque en la familia no cuentan las apariencias, sólo el yo verdadero. ¡Qué alivio y qué maravilla! Octubre, 2007.
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