A pesar de que todos hablamos sobre la amistad y nos jactamos de ser hombres sociales, el termino “amistad” es comúnmente mal usado. Llamamos amigos a cualquier persona, incluso recién conocida y nos contamos dichosos por el gran número de amigos que poseemos. Por el simple hecho de estrechar la mano a muchos, darles un golpecito en la espalda, tomar con ellos una copa, hablar y discutir con ellos, hay quien piensa: yo conozco a muchísimas personas, tengo muchos amigos. Se equivocan: el hombre está solo entre una multitud de esas que él llama relaciones, a menos que tenga los ojos de par en par abiertos y el corazón dispuesto a ver y acoger a sus semejantes. En realidad, los verdaderos amigos son raros y contados. Hay pocos amigos que sean incondicionalmente amigos. El concepto de amistad ha sido desfigurado y esta devaluado. El contenido de esta palabra lo hemos tergiversado. Según el diccionario, amigo se aplica a una persona que tiene con otra una relación afectuosa y confiada; amistad es relación entre amigos. Amistad es comunión. Amor es un sentimiento que experimenta una persona hacia otra y se manifiesta en el deseo de su compañía y en el de compartir sus alegrías y sufrimientos. Amor es también la atracción afectiva entre personas de sexo opuesto. ¿Pero qué significa realmente la amistad? ¿Podemos vivir sin amor? ¿Es posible ser feliz a solas? ¿Existe en nuestro mundo moderno ese sentimiento tonificante de una relación verdadera entre amigos? ¿O hay escasez de intimidad y de camaradería aun con el exceso de población? No se puede vivir sin amistad. Lo peor para el hombre es estar solo; es el peor sufrimiento. Sin un amigo el hombre se encuentra aislado dentro de sí mismo. Aristóteles dijo que “la amistad es lo más necesario para la vida”. Resulta del todo imposible a una persona que lo sea de verdad, el vivir sin amar y sin ser amado por nadie. El hombre feliz tiene necesidad de amigos; no para su utilidad, puesto que se basta a sí mismo y tampoco para su deleite; pero tiene necesidad de los amigos en vista del bien obrar, es decir, a fin de hacerles el bien, de complacerse viéndoles hacer el bien y de ser ayudado por ellos en el hacimiento del bien. El hombre que da la espalda a los otros, que renuncia a su amistad, ha renunciado simultáneamente a su propio despliegue personal, es un auténtico homicida en el sentido psicológico, se vuelve su propio carcelero, su propio sepulcro. El hombre está llamado al diálogo, a la relación interpersonal. Se puede vivir sin hermano pero no sin amigo. A veces nos llevamos mejor con los amigos que con los hermanos. La consanguinidad es dada, la amistad es conseguida. El amigo no tiene suplente. Para comprender la amistad hay que construirla, hay que introducirse en su aventura, hay que experimentarla. Y al que la haya gozado alguna vez la vida le parecerá inconcebible, absurda, descolorida e insensata sin ella. La amistad comienza a existir cuando alguien se decide a vivir en un clima de atención a los demás, disponibilidad interior, humildad y esfuerzo. La amistad es la forma que entre nosotros debe adoptar la caridad cuando llega a ser profunda. La amistad de Dios es garantía cierta de amistad con los hombres. Y la amistad con los hombres predispone a la amistad con Dios. La primera necesidad del hombre es el hombre. Tenemos que salvarnos juntos. Tenemos que llegar a la casa del Padre. Qué diría si nos viera llegar los unos sin los otros. Dios es amistad en su ser íntimo. Es amistad más que amor. Dios es amor para con los hombres. Pero quiere ser amistad. Y lo es para quien acepta su amor. El hombre es admitido a la amistad con Dios y existen dentro de él posibilidades de comunicación. Dios es un tú. El hombre puede tutearse con Él y ambos pronuncian el “nosotros”. La amistad de Jesús por el hombre es una revelación tan extraordinaria que el hombre nunca podría haber imaginado. No se puede entender desde fuera. La sensibilidad de Cristo se expresa ante todo en el trato con sus discípulos. El amor de Jesús es decididamente universal; sus palabras gotean una gran ternura. Su fidelidad en el amor no tiene fronteras ni la misma muerte que le espera. Su amistad no se agota en el reducido círculo de sus discípulos; tiene tratos con muchas personas. Jesús dijo: “este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os he llamado amigos” Jn l5:l2-l5. Un bello ejemplo de lo que es amistad lo encontramos en la relación de David y Jonatán: “hizo alianza Jonatán con David, pues le amaba como a sí mismo. Se quitó Jonatán el manto que llevaba y se lo dio a David, su vestido y también su espada, su arco y su cinturón” 1 Sam l8:3-4. Le amó Jonatán como a sí mismo. Se abrazaron los dos y lloraron copiosamente. La amistad le lleva a Jonatán a una profunda congratulación con David. Cuando muere Jonatán, David le llora entrañablemente: “¡Jonatán! Por tu muerte estoy herido, por ti lleno de angustia, Jonatán, hermano mío, en extremo querido”. La amistad es una experiencia vital a la que se llega trabajosamente. No es un mero sentimiento romántico que brota sólo en el alma. Ni es tampoco algo que se construye de una vez para siempre, como quien edifica una casa granítica. La amistad nunca se concluye; siempre habrá que estar estrenando amistad con el mismo amigo, o los mismos amigos. La amistad es algo más que el mero hecho de estar juntos. El amigo forma parte de mi ser. Si deja de estar a mi lado, entonces en cierto sentido he muerto con él. Como dicen los versos de L. Amade:
"Tenía un solo amigo y me lo han matado Era algo más que él mismo era un poco yo.Creo que al matarlo a él me han matado a mí también. Y lloro en la noche aunque nadie lo sabe”.
La amistad no surge sola como un enamoramiento desde el sentimiento irreflexivo por obra y gracia de los muchos encuentros y alternamientos. La amistad es una de las cosas serias entre los hombres que se alumbran con intenso dolor. Por eso, el hombre inmaduro podrá nada más iniciar una amistad que al propio tiempo le sea madurativa. La amistad es darse y para ello hay que poseerse. La amistad es amarse en reciprocidad y amar es morir a sí mismo. Olvido de sí mismo. La amistad es cualquier cosa menos una realidad hecha y lograda de una vez para siempre. Es una realidad o vivencia dinámica que hay que redescubrir día a día. La amistad no llega a ser auténtica si no está constantemente naciendo de nuevo. Hay que construirla día a día. La amistad gana según va envejeciendo, como el vino. Ser amigable no es estrenar amistades sino estrenar todos los días la amistad. La amistad se gesta lentamente. Y una vez nacida hay que nutrirla mimosamente. La amistad, como el amor conyugal, tiene etapas pero no término, es camino sin fin. Es más fácil hacer un amigo que conservarlo. Para que la amistad nazca, crezca, se renueve y llegue a su madurez, antes que nada hay que convertirse a ella situándola entre los grandes valores, valores primarios de su existencia. Tomarla en serio. Y reservarle su tiempo. Podemos permitir que nos falte tiempo para muchas cosas pero no para la convivencia, para el encuentro amistoso. El “no tengo tiempo” con que nos justificamos frecuentemente no es valedero referido a la amistad. Para las cosas esenciales de la vida no puede faltar tiempo. La amistad es un camino con dirección única; parte de ti para ir a los demás. Cada vez que tomas algo o a alguien para ti, cesas de amar, pues cesas de dar. Caminas contra dirección. Ama más quien más se da. Si quieres amar sin límites has de estar presto a dar tu vida entera, es decir, presto a morir a ti en favor de los otros y de otro. Si das diciendo: luego me tocará recibir, nada obtendrás.
Hay que dar sin esperar recompensa. Si amas te das. Si te das a los demás te vuelves rico de los demás. De este modo el amor engrandece a quien ama, puesto que quien acepta desprenderse de sí mismo descubre a los demás y se une a la humanidad entera. Puedes amar a todos los hombres, puesto que amar no es sentir sino ante todo querer, querer el bien de los otros, de todos los demás, con todas las fuerzas. El amor da siempre la vida; el egoísmo da siempre la muerte. Nunca conseguirás que gane tu equipo si guardas la pelota para ti solo. Nunca podrás cosechar si no entierras el grano. No podrás nunca hacer nacer la vida si no das la tuya. La amistad es una tarea constante, día por día. Hacer amigos implica dolores y alegrías. La amistad es compartir sentimientos de gozo y de tristeza; es hacer verdaderamente nuestros los éxitos y las penas de nuestros amigos. Es amar a nuestros amigos con sus defectos y virtudes. La amistad es un encuentro de dos intimidades, como dicen estos versos:
Necesito saber lo que amas y lo que no amas. Las personas que prefieres y las que aborreces. Tu pasado, tu profesión, tu trabajo, tu ambiente, Tu familia, tus padres, tus hermanos y hermanas. Tus amigos, tus compañeros. Tu concepción de la vida, del mundo. El valor que das al dinero. Tu ideal, tus convicciones políticas, filosóficas, religiosas. Lo que más cuesta para ti en la vida. Las actividades que te entusiasman y en las que estás comprometido. Y conociéndote mejor, podre comprenderte y amarte más. Un clima ideal para el crecimiento de la amistad es el buen humor, la jovialidad, el equilibrio, el espíritu apacible que hace grato un encuentro con el amigo. Un espíritu permanentemente atormentado, un ser quejicoso, un alma siempre brumosa, distancia, separa y aparta.
Un espíritu optimista, un rostro relajado, iluminado por una gran serenidad interior, por una amplia sonrisa; una conversación chispeante y dilatadora convocan y profundizan la amistad. Pero también el saberse comportar en los días grises madura la amistad. Yo me considero una mujer rica porque tengo un pequeño número de amigas en quienes confío plenamente. Y como los amigos fieles son una joya yo soy muy afortunada. Hemos alcanzado tal hermandad y cariño que el mal y la alegría de una es el mal y la alegría de todas. Ya comprobamos que una pena compartida es menos pena y que la alegría es mayor si se reparte y que la oración por el otro es más perfecta. Esta amistad, sin embargo, nos ha costado años de trato, de convivir, de donarnos, de darnos. Hemos invertido bastante tiempo porque la amistad es importante y los verdaderos amigos no se hacen de la noche a la mañana. Ahora bien, ¿cuál es la prueba de una amistad verdadera? El que al amar a fondo al amigo se crece y se traslada a los demás la delicadeza, la dedicación que se ha conseguido con el amigo. Cuanto más abierta es una amistad, tanto más se enriquece; cuanto más cerrada, más de empobrece. La verdadera amistad consiste en dejar que el amigo sea lo que es y quien quiere ser, ayudándole delicadamente a que sea lo que él debe ser, porque, en efecto, sólo ayudando a un hombre a descubrir y realizar su mejor yo se es verdaderamente amigo suyo. Así que la amistad es una fiesta y la fiesta ya ha comenzado. Los mismos bienes que serán fuente de alegría los tenemos a nuestro alcance y no sólo podemos, es que debemos gozarlos. Quien renuncia a la alegría de la comunión y de la fraternidad está rechazando la invitación a la fiesta definitiva. La fe es una fiesta, el cristianismo es una fiesta. Dios quiere nuestra alegría. Dios quiere nuestra amistad que recíprocamente amengüe nuestras penas. Dios nos quiere ángeles consoladores los unos para los otros en nuestra oración del huerto, en nuestras agonías. Dios quiere que seamos algo para los demás y allí está nuestra felicidad. Como dijo Bruno:
Cual claras y frescas aguas donde el espíritu se purifica del polvo del día,en las que se refresca del abrasador calor y se fortifica a la hora del cansancio. Cual baluarte, adonde tras el peligro y la confusión se retira el espíritu, donde encuentra así, consuelo y fuerzas: así es el amigo para el amigo. La amistad puede considerarse como un conocimiento anticipado del cielo. El cielo pertenece esencialmente y de manera inseparable a toda experiencia de amistad. El rostro del amigo es sacramento del rostro de Dios. Lo impalpable del amor de Dios se hace palpable en su abrazo, en su consuelo. Todo hombre que nos ama nos empuja a dar gracias al Dios que habita en su corazón. Ojala que imitemos y vivamos este ejemplo de amistad verdadera en el momento actual, cuando el egoísmo y el materialismo nos absorben: llegar con la amistad humana a la presencia de Dios y elevar el amor a nivel divino. Para terminar quiero compartir con ustedes el Salmo moderno de la Amistad: Gracias a ti, Dios alfarero, porque hiciste la amistad y la cociste con el calor de tus manos. Gracias porque pusiste a mi lado la presencia afable del amigo. Están junto a mí haciendo de ribera a mis risas y a mis amarguras. Ellos aprietan entre sus manos mis cinco dedos, vacíos de abundancia y llenos de necesidad. Con mis amigos vienes Tú, convertido en vagabundo, en soñador, en hombre dolorido. Sus parpados palmotean sus triunfos y se cierran a mis pecados. Su voz arrulla mis lágrimas y conmina mis descuidos. Sin ellos Tú te vas como quien no ha venido, y el tiempo se queda sin agujas, y las madres sin corazón y las flores descoloridas. Gracias Dios del beso y de la carta; del abrazo y de la presencia, del secreto y de la confianza. Porque Tú eres así tenemos agua para nuestra sed, pan para el hambre de todos,pies para nuestros deseos. Gracias Señor, porque creaste el aliento de nuestros amigos que da vida a nuestro barro de hombres sobre la tierra. Que Dios les bendiga inmensamente y los llene de esta amistad verdadera. La confianza y la confidencia en el amigo son básicas. Lo mismo la seguridad y la sinceridad. Porque me fío, me confío. La sospecha mata la amistad. La confianza hace milagros. El hombre florece cuando se le valora pues no desea defraudar a quienes confían en él. La confianza mutua es un presupuesto imprescindible en procesar la amistad. Sin confianza es como soñar con una planta sin haber arrojado la semilla. A veces los amigos sirven como basureros, botamos todos los desperdicios de nuestra alma y de nuestra mente. Deseamos que los amigos nos oigan, nos pongan toda la atención y nos alaben. Los manipulamos y los instrumentalizamos. También los usamos como peldaño social o político. Porque los ricos tienen muchos amigos y los pobres no. No debe existir hipocresía ni adulación con los amigos, sino apreciación sincera. Al amigo hay que amarlo y aceptarlo con sus debilidades y cualidades. No deben ser de nuestra propiedad, sólo para nuestro gusto esclavizándolos. La amistad tiene que expresarse con todo el ser: con miradas, la mano apoyada sobre el hombro, amplia sonrisa, cálido apretón de manos, un abrazo. Un gesto vale más que mil palabras. En los esposos especialmente es necesaria la expresión física por medio de besos, abrazos y ternura. La amistad entre sexos opuestos es enriquecedora y equilibrada. No debe seguirse creyendo que entre el hombre y la mujer sólo puede existir una relación erótica. Puede haber una verdadera amistad. Cuanto más profunda sea nuestra amistad, más cerca estaremos de Dios y Cristo estará más próximo a nosotros. Donde está la verdadera amistad está Dios. La prestación de mutuos servicios ahonda la amistad.
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