HONRA A TU PADRE
“El que honra a su padre expía sus pecados”. “El que honra a su padre tendrá larga vida y cuando ore será escuchado”. Ec. 3:3,5. Grandes promesas nos ofrece el Señor al cumplir el mandamiento de honrar a los padres. Al convivir los humanos en el seno de una familia no se puede perder de vista la exigencia de unas relaciones armoniosas entre padres e hijos. La sociedad familiar es la fuente de la vida, es la primera escuela de las virtudes y debe llevar la primacía con respecto a cualquier otra sociedad. Esto explica por qué Dios ha querido proteger su estabilidad y su misión de pacífica convivencia. Este mandamiento no excluye los deberes de los padres porque es contra la naturaleza que los padres olviden a sus hijos. Los hijos son los que suelen fallar y de allí la insistencia divina para cumplir la ley. El próximo 19 de Marzo es el día dedicado al padre y queremos revisar su papel en la familia. Lastimosamente, al padre se le nota más ausente en la educación y acompañamiento de los hijos. Y todos sabemos que la educación correcta, efectiva, dentro de la familia, sigue necesitando la presencia física tanto del padre como de la madre. Es más, hay ciertas influencias que sólo pueden ser transmitidas por el padre. La presencia paterna es vital para que los hijos desarrollen cierta personalidad y patrones de conducta que regirán su vida futura. Los medios técnicos y de comunicación han alcanzado tal magnitud que, en muchos casos, los hijos llegan a saber más que los mismos padres y estos se dejan influenciar por aquellos. Por otra parte, las necesidades económicas y sociales hacen que el padre vea poco a los niños y dejan de ser el modelo de masculinidad que los hijos necesitan (el aumento de la homosexualidad podría explicarse por esta ausencia del padre).
El principio de autoridad va decayendo día a día. Los padres satisfacen más las necesidades materiales y los hijos buscan modelos de vida en otros campos o ideologías, que resultan perniciosos para su madurez emocional. Los niños no rehúsan la autoridad de sus progenitores, sino el modo arbitrario con que esta se ejerce frecuentemente. Gracias a Dios existen padres también que se preocupan cada día más y van tomando parte activa en la educación de la hijos. Atienden, hablan, “pierden el tiempo” jugando con los hijos, los escuchan, los aconsejan sin alterarse y les demuestran un cariño genuino. La tarea educativa es sumamente compleja, para la que no bastan las reglas ni siquiera una buena intención. Esto no deberá ser motivo de desaliento sino un nuevo estímulo para entregarse con generosidad a un quehacer que no puede ser eludido: la educación de las nuevas generaciones. Marzo, 2004.