El 25 de Enero es el día dedicado a la mujer hondureña. “Mujer es la persona del sexo femenino. La que ha llegado a la edad de la pubertad. La casada respecto al marido”. Estas son definiciones del diccionario; sin embargo se quedan cortas al describir a la mujer en el sentido más amplio de la palabra. Hablar de la mujer es expresar amor, belleza, abnegación, consuelo, optimismo, triunfo. Decir mujer es significar esposa, madre, hija, novia, hermana, religiosa; es manifestar todas las virtudes; es nombrar la compañera inseparable del hombre, la generadora de la raza humana, la maestra perseverante en las escuelas, la obrera puntual en las fábricas, la estudiante curiosa que asiste a los colegios y universidades, la abuela amorosa con sus nietos, en fin, es referirse a María, la madre de Jesús. Desde el tiempo de la creación la mujer ha tenido un papel variable en la historia de la humanidad, a veces como ente semejante al hombre y la mayoría de ellas como ser inferior a este. Y es el cristianismo el que rehabilita a la mujer en su dignidad como persona humana. En realidad, fue Cristo quien se ocupó de la mujer y la elevó a tal grado hasta alcanzar la sublimidad. Cristo nació de mujer y esa madre, María, es el ideal, la bendita entre todas las mujeres, la obra maestra divina, la figura ejemplar de la iglesia. Mucho le ha costado a la mujer contemporánea alcanzar el grado de emancipación de que goza actualmente. Varios movimientos feministas, desde el siglo veinte, trabajaron y trabajan arduamente para evitar la explotación femenina, para demostrar su igualdad ante los hombres y para poder adquirir conocimientos que eleven su nivel cultural e intelectual. Ya los frutos son visibles en gran número. La mujer forma parte vital de esa sociedad económica, científica y técnica que le había sido negada por tanto tiempo, sin una justificación aceptable.
La mujer moderna es más feliz porque ha adquirido responsabilidades y problemas antes desconocidos. Y es más libre porque no vive supeditada a nadie, pues contribuye a una labor de cooperación en igualdad de condiciones. Los hombres se sienten más felices ahora también; son los más favorecidos, porque antes trabajaban solos y actualmente pueden desarrollarse en equipo. La cooperación de la mujer en el trabajo eclesial es indispensable y necesaria. El Evangelio ha servido de inspiración y como levadura para que hombres y mujeres, indistintamente, contribuyan a la fermentación de las masas. Y la mujer especialmente, con su sensibilidad y calor humano, ejerce sana influencia, conmueve corazones hasta llevarlos al conocimiento y amor de Cristo. La mujer, siempre más purificada en Cristo y compasiva hacia los necesitados de los nuevos tiempos, actúa como mujer laica y como madre al mismo momento. La mujer es el ángel de la paz, de la universalidad cristiana. La mujer debe tomar parte activa en la propagación de la fe, en la difusión de la buena nueva, en asistir y promover obras sociales de acuerdo a sus constituciones físicas o psíquicas. Estos son apostolados que conducen al enriquecimiento de una vida espiritual dedicada al servicio de los demás. “Se aproxima la hora, y ya ha llegado, en que la vocación de la mujer va a realizarse en toda su plenitud, la hora de adquirir en el mundo una influencia, una irradiación, un poder jamás alcanzado hasta ahora...”. Pablo VI. Enero, 2002.
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