Qué se le puede decir a una nación pobre, pequeña y cuyos hijos
no se preocupan por ella? ¿Qué adjetivos podríamos usar para
describir a Honduras? ¿Qué virtudes sobresalen en los hondu-
reños? ¿Cómo podríamos invitar a los extraños a venir a esta tierra y
hacer que la amen de verdad?
En estos días de racionamiento de energía eléctrica y de escasez de
agua, de paquetazos, de inflación, de corrupción y de tardanza en
actuar para decidir problemas vitales, es casi seguro que todos los
hondureños no nos sentimos contentos de nuestra patria, o por lo menos
de nuestras autoridades.
Es más, yo creo que muchos quisieran emigrar a otro país y disfrutar
de luz, de agua y de aire acondicionado a cualquier hora del día y de la
noche. A muchos les gustaría que las horas de trabajo estuvieran nor-
males, que la televisión pudiera ser vista a cualquier hora durante la
noche, que en la cocina las mujeres pudieran usar sus artefactos eléc-
tricos sin restricciones.
También desearíamos que las plantas eléctricas desaparecieran con
su ruido ensordecedor y contaminación del ambiente, que los recibos
de la Enee reflejaran una tarifa correcta y que las personas volvieran a
estar contentas, amables y serviciales como antes de la crisis energética.
Pero ya hemos criticado suficiente a este terruño querido. En este
nuevo año de la celebración de la independencia de Honduras, debe-
mos expresarle nuestro cariño y ensalzar sus cualidades.
La patria es la que nos ve nacer, la que nos arrulla con sus pinos, la
que nos alimenta con sus frutos, la que nos educa con sus maestros, la
que nos da trabajo para vivir dignamente, la que nos enseña los valores
morales y cívicos, la que nos enseña el amor y el sacrificio, la que nos
hereda la religión cristiana, la que nos regala familiares y amigos.
Y Honduras, en especial, tiene muchos méritos que la hacen sobre-
salir aun entre naciones más grandes y más ricas.
Su pueblo es generoso, franco, accesible, sencillo y simpático; sus
mujeres son decentes, nobles y trabajadoras; y como buenos descen-
dientes de españoles, la práctica de la piedad se ha conservado hasta
nuestros días.
Los misioneros europeos han declarado que los hondureños van a
evangelizar a España.
A Honduras debemos amarla por estas y muchas más razones, por
sus montanas escarpadas, por sus ríos y lagos caudalosos, por su
cielo azul y diáfano, por sus costas y playas bellísimas, por sus climas
variados, por las Islas de la Bahía, por las ruinas de Copán, por los
tamales, por las tortillas, por los bananos, por las piñas, por sus madres
abnegadas, por sus hijos esperanzadores, por su pobreza digna y por
su paciencia estoica.
Debemos amar y honrar a Honduras por su pequeñez, por sus ne-
cesidades culturales, económicas y espirituales. Debemos amarla
porque somos sus hijos y los hijos no preguntan si deben amar a sus
padres; únicamente se aman, se respetan y se veneran; debemos amar
a la patria porque sus hijos son su mayor tesoro y su máximo orgullo.
Dios bendiga a Honduras, la tierra que nos vio nacer.
Dios bendiga a todos sus hijos para que la hagan grande, honesta,
próspera, ejemplar y gloriosa...
Septiembre, l994.
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