Todos estamos conscientes de la gran crisis que existe en la familia actual. Basta contemplar a nuestro alrededor la cantidad de hogares quebrantados, hijos rebeldes, esposos infieles, embarazos no deseados, asesinatos, violaciones, suicidios, migraciones y valores perdidos para comprobar que la familia no está cumpliendo la misión para la cual existe. Con tal situación, lo más lógico es tratar de formar hijos líderes, que sean portadores de grandes valores morales y tengan una formación religiosa inquebrantable, a fin de que puedan integrar en el futuro una sociedad sana, honrada, trabajadora y generosa. Para preparar a nuestros futuros líderes es necesario que sepan expresar sus opiniones con claridad y sin miedo. Una de las características más importantes de los líderes es su capacidad de hablar, de comunicar correctamente lo que se piensa o se cree. Se puede comenzar dando charlas a grupos pequeños, utilizando un tono de voz convincente, empleando un vocabulario sencillo y, sobre todo, despertando simpatía en el público. Hay jóvenes que poseen buena formación y valores impresionantes, pero son demasiado tímidos o retraídos para ponerse enfrente de un auditorio y hablar con autoridad. Este miedo a hablar en público es muy común y lo sufren tanto grandes como pequeños, pero es necesario echarlo a un lado, seguir practicando para llegar a hablar con lenguaje firme, con palabras que convenzan y que muevan a la acción. Muchas familias proponen a sus hijos tomar cursos de formación para hablar y debatir en público, estudiar relaciones públicas para una comunicación eficiente y poder escribir discursos. Hay padres que tratan de ayudar a sus hijos sacando temas de conversación en la mesa para acostumbrarlos a pensar y aclarar sus ideas. Algunos de los temas podrían ser:
¿Qué haríamos para mejorar esta pequeña tierra? ¿Qué deberíamos implantar en Honduras para hacerla más próspera? ¿Qué actitud le merecen las maras, la pena de muerte y el terrorismo? ¿Es justa la guerra de Estados Unidos contra Iraq? Es deber nuestro inculcar a nuestros hijos aspiraciones altas: amor genuino a la patria, a la familia, a los amigos, al prójimo, respeto a las leyes y responsabilidad en el trabajo. Si nuestros hijos y nuestros nietos serán los llamados a gobernar, liderar y hablar al pueblo y a los pequeños grupos, deberán hacerlo con palabras convincentes, deberán ser personas con aspiraciones transparentes, con honestidad comprobada y, sobre todo, con un amor profundo a Cristo para que puedan guiar al pueblo hacia el bien verdadero. Octubre, 2003.
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