Por regla general, a nuestros hijos les hablamos de los éxitos, de los triunfos, de las recompensas, de los logros, de las victorias, de las satisfacciones y cómo obtenerlos para una vida plena. En nuestro vocabulario diario tratamos de no enseñarles las palabras fracaso, desengaño o pérdida. Desde que estamos pequeños se nos enseña y así también lo transmitimos a nuestros descendientes, que hay que ser “alguien” en esta vida. No dejarnos aplastar por nadie ni por nada. Lamentablemente, la primera vez que se nos aparece ese nadie o esa nada, que desea aplastarnos, no sólo luchamos por evitarlo, sino que intentamos destruirlo. Lo que estamos creando es una sociedad de destrucción, una selva donde sobrevive el más fuerte. A los cristianos, en cambio, se nos ha enseñado una doctrina de amor y de entrega, donde Jesús, siendo Dios, se humilló y murió por nosotros, que lo rechazamos y lo despreciamos. En las escuelas, colegios y universidades también estudian las vidas de grandes héroes, con triunfos conseguidos, como Francisco Morazán, Mahatma Gandhi, George Washington, Bill Gates, etcétera. Por supuesto, es conveniente y necesario poner como modelos a gente triunfadora para formar y concienciar la mente de nuestros niños y jóvenes. Pero creemos que es provechoso, al mismo tiempo, hablarles de fracasos y sinsabores porque son realidades en la vida de todos los humanos. Si nuestros vástagos crecen con la impresión de que todas las personas que les precedieron son triunfadoras y de que ellos tienen que superar esa trayectoria luminosa, los estamos educando directamente a la decepción y frustración. Al primer fracaso, por pequeño que sea, se sentirán deprimidos e impotentes porque han quedado mal delante de sus padres y de las demás personas en su ambiente familiar, social y educativo. ¿Por qué hablar del fracaso? ¿Por qué las pocas veces que mencionamos el fracaso en la vida de alguien lo hacemos para ilustrar su calidad de vida negativa o la falta de liderazgo en su trabajo? ¿Quién quiere oír sobre algo tan criticado como el fracaso? Según Melchor Suárez, la respuesta es porque “los niños y los jóvenes que atentaron contra su vida o que cometieron suicidios, hubieran aprovechado una buena dosis de historias sobre la realidad de los fracasos en la vida. Tal vez hubiéramos podido salvar a algunos de estos jóvenes confundidos, aturdidos y, quizás, con muchos talentos, si los adultos, tanto profesores como científicos, hubieran abordado con ellos el tema de los fracasos. Tal vez hubiéramos podido evitar muchas más depresiones entre la juventud, de las que se evitan. Un fracaso no es una vida fracasada; quizá sean necesarios muchos fracasos para que la vida sea un éxito y quizá la ausencia de fracasos sea lo que constituya una vida fracasada. Porque vida fracasada es no hacer nunca nada para no exponerse al fracaso; si nunca hace nada, nunca fracasará; pero si nunca fracasa usted, quizá sea porque nunca hace nada, y no hacer nada, ¿no es una vida fracasada? Si usted no quiere equivocarse, si no quiere ser criticado, no haga nada; pero si no hace nada, ya esta equivocado; y si no hace nada, podrán criticarlo y, en este caso, con razón. Muchos éxitos comenzaron con fracasos; muchos fracasos tuvieron como positivo el haber intentado el éxito y, después de un fracaso, siempre queda tiempo para una victoria definitiva. Los fracasos son un abrazo con Jesús y su cruz, la locura y el escándalo del mundo, que nos enseña lo contrario. En el mundo, es decir, en la ausencia de Dios en su vida, un fracaso o una prueba viene a ser una desgracia que acaba con su vida y con la vida de los que le rodean. Si bien es cierto que usted ha caído, que no encuentra una luz en medio de las tinieblas, pero ha podido ver a nuestro Señor caer también y levantarse camino al Calvario; así que levántese y llegue hasta el final. No sea que se quede lamentando su caída y no llegue a obtener la victoria, como la obtuvo Jesús. La victoria verdadera...” Marzo, 2002.
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MIMI PANAYOTTI BIENVENIDO
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