Muy pocos días faltan para comenzar un nuevo año y como
siempre que esto sucede nos abrimos también a una nueva esperanza. Todos esperamos que este será un año distinto, sin violencias,
ni muertes, ni odios, ni rencores. Confiamos en que seremos mejores
personas, que cumpliremos las metas que nos trazamos, que trabajaremos más, que haremos más dichosos a los demás, que tendremos
paz y prosperidad.
Atrás se han quedado los 365 días del año 2003, juntamente con
todas las cosas poco edificantes que acontecieron. Hemos pasado
por muchas crisis y conflictos. La humanidad sigue inmersa en los miedos y en la muerte, en guerras que ya duran demasiado, apresada por
fanatismos impredecibles y con amenazas para la convivencia.
Parece que esta sociedad que ha conquistado espacios de prosperidad y tecnicismos sin precedentes no ha podido, sin embargo, mejorar
los índices de pobreza, ni de justicia, ni de igualdad, ni ha podido
evitar la muerte de tantas vidas inocentes.
La corrupción, el egoísmo, la mentira, el consumismo, la envidia y la
codicia están tan arraigados en los individuos que ya no reconocemos
aquellos grupos sanos, con la escala de valores correcta, que existían
anteriormente.
Es cierto que no todo ha sido negativo y que han sucedido acontecimientos y cosas buenas, pero casi no hemos tenido tiempo de saborearlas. Hemos visto la preocupación de muchos jóvenes por mejorar
sus vidas y las de los menos favorecidos; han aumentado las vocaciones
religiosas; hay más conciencia de los problemas económicos y éticos
en diferentes círculos sociales; hay más personas que tratan de acercarse
a Dios para encontrar la felicidad; hay adolescentes buscando en el
deporte y en la música un camino más sano con que llenar su vida.
Como personas creyentes y esperanzadas tenemos que mirar con
valentía y decisión el futuro, para hacer de este año 2004 lo nuevo.
Y hasta soñar... y, sobre todo, trabajar por un mundo feliz, bello y en
justicia, en que hombres y mujeres puedan vivir en paz, aprender a
compartir progreso y trabajar en libertad; en una Iglesia libre de etiquetas insustanciales y de perniciosas rutinas, comprometida en el
anuncio del Evangelio con la palabra y con los hechos, Buena Nueva
de paz y solidaridad, y siempre en dirección a los más pobres y excluidos
del mundo.
Así tendríamos un año nuevo y bueno... Que esta oración nos acompañe por todo el año nuevo: “Que los caminos se abran a tu encuentro,
que el viento sople siempre a tu espalda, que el sol brille templado
sobre tu rostro, que la lluvia caiga suave sobre tus campos, y que,
hasta que volvamos a encontrarnos, Dios te tenga en la palma de su
mano”.
Diciembre 2003.
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