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Foto del escritorMimi Panayotti

ESPÍRITU DE GUERRA

Todos nos quedamos atónitos y perplejos el día 11 de Septiembre

pasado cuando las dos torres gemelas del World Trade Center

se desplomaron en un tiempo record de menos de dos horas. También

fueron atacados el Pentágono y otros puntos de Estados Unidos en el

ataque terrorista más salvaje, ofensivo e inesperado, perpetrado jamás

a cualquier país del mundo.

Me parecía que lo que estábamos viendo en la televisión era una

película de las últimas famosas en la línea de acción, violencia e imaginación, como Independence Day, Armagedon, El Planeta de los

Simios, etc., y no una cruel realidad que terminó en tragedia de gran

magnitud, cuyas consecuencias no podemos medir todavía en toda su

dimensión. Aquí no eran necesarios efectos especiales ni construcciones

en miniatura, ni explosiones ficticias, ni miles de extras interpretando

un papel. Aquí se estaba haciendo historia con los héroes vivos interpretando su verdadero rol en la vida.

¡Horror de horrores! Lamentos, llantos, muertes, explosiones,

choques, gritos, hundimientos, desapariciones, dudas, preguntas, todo

parecía inexplicable, ilógico. ¿Por qué estaba sucediendo esto? ¿Quién

era el responsable? ¿Dónde terminaría? ¿Por qué tanto odio contra

Estados Unidos?

Vamos a analizar algunos puntos para tratar de entender un poco

este acto irracional sin precedentes:

En primer lugar, el ataque era a la nación más grande del mundo y en

los puntos claves de su territorio, el Pentágono, la Casa Blanca, Camp

David, las torres gemelas del World Trade Center y no sabemos qué

otros puntos importantes más intentaban eliminar.

Querían demostrarle al león norteamericano la vulnerabilidad de su

sistema. Se burlaron de toda la tecnología y de la seguridad de Estados

Unidos. Usaron aviones de compañías comerciales y pilotos entrenados en el territorio gringo.

Le amarraron la campana al gato en sus propias barbas.

Por otra parte, le enseñaron al mundo que son capaces de una planificación inteligente, bien sincronizada, con meses de preparación, con

personal incluido e infiltrado en el sistema aeroportuario estadounidense,

con mucho valor y sin temor a la muerte. Parece que querían hacerse

oír, que los conozcan, que les determinen, que atiendan sus necesidades.

Deseo aclarar que no estoy justificando este acto terrorista bajo ningún

punto ni mucho menos. Dejaría de ser una persona sensible, preocupada

del bien ajeno, si no me conmoviera la cantidad de muertos inocentes

y los familiares dolientes, amén de los daños materiales. Yo considero

que nada ni nadie justifica este ataque a personas civiles sin culpa

alguna. En segundo lugar, ese hecho debe llevarnos a la reflexión.

Estados Unidos es la superpotencia mundial y es la llamada a jugar un

papel relevante en su propia seguridad y en la del mundo entero. Es

tiempo de examinar su política exterior, sus tratados con los países en

conflicto, la situación del Medio Oriente entre árabes y judíos, ejercer

su capacidad de persuasión en los territorios en guerra y conseguir la

paz mundial.

No es con guerras que se ganan los países ni las convicciones. Las

guerras sólo conducen a la muerte, a la devastación, al atraso económico. Violencia engendra violencia. Si atacamos a los terroristas

como ellos nos atacaron, estamos siendo igual que ellos, haríamos una

cacería de brujas, la cual ahondaría aún más el problema actual.

Debemos razonar, investigar, estudiar, castigar y orar mucho para poder

salir de este desafío con las mejores armas y las mejores soluciones.

En tercer lugar, debemos unirnos para trabajar todos juntos en la

reconstrucción no sólo de los edificios sino de los valores esenciales

de la vida, la paz, la integridad, la honestidad, el amor, la justicia y el

bienestar común. No sabemos ni comprendemos la verdadera dimensión de las consecuencias que esta tragedia va a representar en el

futuro próximo y a largo plazo. Por consiguiente, el reto es enorme

como para resolverlo por la medida más cruel, la guerra.

¡Miremos hacia arriba! Examinemos y enmendemos nuestros errores

y sólo entonces, podremos ejercer la verdadera justicia.

Septiembre 2001.

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