Todos nos quedamos atónitos y perplejos el día 11 de Septiembre
pasado cuando las dos torres gemelas del World Trade Center
se desplomaron en un tiempo record de menos de dos horas. También
fueron atacados el Pentágono y otros puntos de Estados Unidos en el
ataque terrorista más salvaje, ofensivo e inesperado, perpetrado jamás
a cualquier país del mundo.
Me parecía que lo que estábamos viendo en la televisión era una
película de las últimas famosas en la línea de acción, violencia e imaginación, como Independence Day, Armagedon, El Planeta de los
Simios, etc., y no una cruel realidad que terminó en tragedia de gran
magnitud, cuyas consecuencias no podemos medir todavía en toda su
dimensión. Aquí no eran necesarios efectos especiales ni construcciones
en miniatura, ni explosiones ficticias, ni miles de extras interpretando
un papel. Aquí se estaba haciendo historia con los héroes vivos interpretando su verdadero rol en la vida.
¡Horror de horrores! Lamentos, llantos, muertes, explosiones,
choques, gritos, hundimientos, desapariciones, dudas, preguntas, todo
parecía inexplicable, ilógico. ¿Por qué estaba sucediendo esto? ¿Quién
era el responsable? ¿Dónde terminaría? ¿Por qué tanto odio contra
Estados Unidos?
Vamos a analizar algunos puntos para tratar de entender un poco
este acto irracional sin precedentes:
En primer lugar, el ataque era a la nación más grande del mundo y en
los puntos claves de su territorio, el Pentágono, la Casa Blanca, Camp
David, las torres gemelas del World Trade Center y no sabemos qué
otros puntos importantes más intentaban eliminar.
Querían demostrarle al león norteamericano la vulnerabilidad de su
sistema. Se burlaron de toda la tecnología y de la seguridad de Estados
Unidos. Usaron aviones de compañías comerciales y pilotos entrenados en el territorio gringo.
Le amarraron la campana al gato en sus propias barbas.
Por otra parte, le enseñaron al mundo que son capaces de una planificación inteligente, bien sincronizada, con meses de preparación, con
personal incluido e infiltrado en el sistema aeroportuario estadounidense,
con mucho valor y sin temor a la muerte. Parece que querían hacerse
oír, que los conozcan, que les determinen, que atiendan sus necesidades.
Deseo aclarar que no estoy justificando este acto terrorista bajo ningún
punto ni mucho menos. Dejaría de ser una persona sensible, preocupada
del bien ajeno, si no me conmoviera la cantidad de muertos inocentes
y los familiares dolientes, amén de los daños materiales. Yo considero
que nada ni nadie justifica este ataque a personas civiles sin culpa
alguna. En segundo lugar, ese hecho debe llevarnos a la reflexión.
Estados Unidos es la superpotencia mundial y es la llamada a jugar un
papel relevante en su propia seguridad y en la del mundo entero. Es
tiempo de examinar su política exterior, sus tratados con los países en
conflicto, la situación del Medio Oriente entre árabes y judíos, ejercer
su capacidad de persuasión en los territorios en guerra y conseguir la
paz mundial.
No es con guerras que se ganan los países ni las convicciones. Las
guerras sólo conducen a la muerte, a la devastación, al atraso económico. Violencia engendra violencia. Si atacamos a los terroristas
como ellos nos atacaron, estamos siendo igual que ellos, haríamos una
cacería de brujas, la cual ahondaría aún más el problema actual.
Debemos razonar, investigar, estudiar, castigar y orar mucho para poder
salir de este desafío con las mejores armas y las mejores soluciones.
En tercer lugar, debemos unirnos para trabajar todos juntos en la
reconstrucción no sólo de los edificios sino de los valores esenciales
de la vida, la paz, la integridad, la honestidad, el amor, la justicia y el
bienestar común. No sabemos ni comprendemos la verdadera dimensión de las consecuencias que esta tragedia va a representar en el
futuro próximo y a largo plazo. Por consiguiente, el reto es enorme
como para resolverlo por la medida más cruel, la guerra.
¡Miremos hacia arriba! Examinemos y enmendemos nuestros errores
y sólo entonces, podremos ejercer la verdadera justicia.
Septiembre 2001.
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