Estamos viviendo en un mundo muy complicado donde las
competencias, las exigencias y los retos son mayores que los
de hace sólo unos pocos años. Los padres anteriormente lle-
vaban una vida bastante apacible, sin grandes complicaciones, y hasta
planeaban el futuro de sus hijos seguros de la obediencia de estos.
En este mes de Agosto que se ha dedicado al matrimonio y a la
familia, es conveniente una vez más referirnos a este tema por su im-
portancia y trascendencia. Se ha multiplicado el número de divorcios
y el de hogares donde uno solo de los progenitores esta al frente del
mismo.
Es cierto que la tarea de los padres no puede aprenderse en ninguna
escuela ya que no existe en ninguna parte del mundo. Con lo único que
contamos son cursillos, encuentros y retiros prematrimoniales y fami-
liares que de algún modo ayudan a los padres en la tarea de educar
sus vástagos. El hogar podría ser una escuela de formación para los
padres, cuando son buenos esposos, cuando ponen todo su empeño
en ayudar a sus hijos a ser mejores ciudadanos e hijos de Dios, cuando
se les ama de verdad...
Ser padre significa salvar a nuestro hijo de la jungla de las cosas que
presenta la sociedad de consumo. Implica enseñarle que los valores y
el respeto a la dignidad de la persona están por encima de todas las
cosas.
Ser padre significa desarrollar carácter en nuestros hijos. El carácter
es lo que identifica a una persona en los momentos de fracaso o de
éxito en la vida. Es el carácter lo que lo lleva a hacer lo correcto aun
cuando nadie lo esté viendo.
Ser padre significa ser educador de un niño y aprender a decirle
“no”. Esta palabra es muy importante porque el pequeño en su natu-
raleza egoísta es una montaña de deseos que lo quiere todo. Cuando
se le dice “No” al hijo se le está liberando del quiero tocar, quiero ver,
quiero hacer.
Ser padre significa ser humilde ante el Creador y no quitarle su puesto
de Padre de todos nosotros. A este respecto Fredy Galeano cuenta
que un joven se iba a graduar de su universidad. El deseo mayor que
había acariciado por meses era un carro deportivo Mercedes Benz.
Pronto le contó a su padre que ese auto era todo lo que el quería con
motivo de su graduación. Al llegar el anhelado día, el papá lo abrazó y
le dijo qué tan orgulloso estaba de él y cuánto lo amaba. Al terminar le
alcanzó una cajita con una Biblia y el nombre del muchacho impreso
en letras doradas. El joven palideció y después de un silencio grave le
dijo a su papa: “Con todo lo que tienes y ¿esto es lo que me das el día
de mi graduación?”
El muchacho salió corriendo y se marchó para siempre de su casa.
Años más tarde era un hombre con una bella familia que jugaba a los
carritos con su pequeño hijo un sábado por la tarde. A su puerta le
llegó la noticia de que su padre había fallecido. Rápidamente se vistió
y ante la ausencia de su esposa salió con su hijo hacia la casa. Cuando
llegó a su vieja casa entre lágrimas empezó a revivir memorias. Lo
primero que le llamó la atención fue aquella Biblia de cuero que tenía
impreso su nombre. Empezó a pasar páginas y vio cómo su padre
había subrayado para él Mateo 7:11: “Pues si ustedes, malos como
son, saben dar cosas buenas a sus niños, ¡cuánto más su Padre del
cielo se las dará a los que se las piden!”
De repente de la contraportada de la Biblia una bolsita plástica se
desprendió y en su interior tenía la llave de un Mercedes Benz con un
recibo que decía: “pago en su totalidad”.
Las lágrimas bañaron el rostro de aquel hombre y abrazando a su
bebé recordó la oración que su mismo padre le había enseñado: “Pa-
dre Nuestro que estas en el cielo...”
Agosto, 1998.
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