ES TREMENDO TENER HAMBRE
Como un buen propósito para Año Nuevo, todos deberíamos
enrolarnos en el combate contra el hambre a como dé lugar y
así ayudar a aquellas naciones y comunidades que a causa de
la alimentación deficiente sufren una debilidad endémica y degenerativa
de la raza.
Quien la ha padecido en carne propia sabe lo tremenda que es el
hambre. Es duro saber que en este siglo recién comenzado, a pesar de
toda la tecnología, hay muchísima más gente pasando hambre. Porque
hay comidas que no son lo suficientemente nutritivas y hasta se pueden
calificar de basura, y esto afecta integralmente a los pueblos, como
ocurre en algunas regiones de África, Afganistán, Bangladesh, India,
América Latina, otras.
Las estadísticas del hambre son escalofriantes: un tercio de la hu-
manidad, aproximadamente, no come lo suficiente, y más de la mitad
carece de una dieta aceptable. Agreguemos a esto la falta de agua
potable e incluso de los más elementales servicios públicos que, en
tales regiones, hacen de la supervivencia una odisea titánica.
Según A. Hortelano, si la tecnología actual se aplicara con justicia a
la agricultura se podrían cosechar alimentos suficientes para toda la
humanidad, pero lo rotundamente doloroso es que no existe la voluntad
política de hacerlo. De ahí que el hambre campee en términos tan
crueles y absurdos; esa es la razón por la cual unos pocos pueden
dilapidar comida y la mayoría no puede ni comer una vez al día.
Todos deberíamos llegar a esta reflexión: ¿qué hago yo para erradicar
en alguna medida esta desgracia?... Cristo habló de dar de comer al
hambriento; eso es un mandato. El hambre es, sin duda, el primer
problema a resolver en el ámbito mundial; porque con el estómago
vacío es inútil pretender hacer nada, por noble e importante que sea:
No se puede enseñar ni se puede aprender.
Falta mucha solidaridad de los gobiernos hacia los pueblos y de los
países ricos hacia los países pobres.
Las grandes potencias invierten en armas y en métodos para controlar
eficazmente los recursos del planeta, mientras la gente pobre padece
inocentemente las consecuencias de la escandalosa voracidad de los
poderosos.
A estas alturas de la Historia no tendremos perdón si no logramos
erradicar el hambre del mundo. La situación mundial al respecto ya no
sólo es anticristiana sino además vergonzosa. La avaricia y el egoísmo
se han puesto por encima de valores tan evangélicos como el des-
prendimiento, la generosidad o el compartir.
¡Oh, Señor Todopoderoso, repite el milagro de la multiplicación de
panes y peces; haznos tomar conciencia de que debemos dar a los
necesitados parte de lo que tenemos!
Febrero, 2005.