Apesar de la situación actual tan difícil para los personas de
escasos recursos y de muchas personas en general, por
despido de trabajo, pocas ventas; a pesar de la crisis que
estamos padeciendo en tantos rubros de la economía; a pesar de la
violencia actual en el orbe; a pesar de las injusticias que se cometen en
ámbitos sociales y gubernamentales; a pesar de la corrupción en las
altas esferas de los tres poderes; a pesar de las enfermedades incurables
como el VIH; a pesar del aumento del consumo de droga entre los
jóvenes y los adultos; a pesar de la falta de valores entre los habitantes
de la tierra; a pesar del pecado del que dice llamarse cristiano, hay
que creer que la vida vale la pena vivirse.
¿Y por qué vale la pena vivirse? Porque Dios nos ama como padre
y como hermano. Él nos ha creado a su imagen y semejanza, nos
regaló el universo y nos ha colmado de bendiciones a cada momento.
Para Él somos especiales e importantes. Valemos mucho ante sus ojos;
nos ha contado hasta el último pelo que tenemos en la cabeza y nos
protegerá aun después de la muerte.
Sin embargo, no todo el mundo acepta la idea de que Dios realmente
se deleita en cada hombre. Hay algunos que consideran que Dios es
un juez vengador y castigador, que nos vigila constantemente para
hacernos sentir su mano fuerte por medio de las pruebas, enfermedades,
tristezas y sufrimientos.
Pero el amor de Dios por nosotros no tiene limites. Jesús nos mostró
la profundidad del amor de su Padre en su propio sufrimiento y muerte
en la cruz. Su aceptación y cumplimiento de la voluntad del Padre a
morir por nosotros refleja la gran compasión de nuestro Padre por sus
hijos. “El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus
amigos”. Juan 15:13
La cruz es el símbolo del amor de Dios por nosotros. Jesús dio su
vida para que nosotros viviéramos.
Un Dios de amor envió a su Hijo para invitarnos a participar en su
amor eterno. Jesús nos enseñó que el amor del Padre por nosotros es
un amor íntimo, emanado de la profundidad de su ser. Todo aquel que
reconoce su dependencia de Dios y honestamente trata de hacer su
voluntad es bendecido por Él.
Algunas veces los que parecen ser los más pobres o los marginados
entre nosotros son de hecho los más favorecidos. Jesús insistió que
Dios ama a cada uno de sus hijos. Él trató de llegar a los menos favo-
recidos durante su tiempo... los cojos, los ciegos, los leprosos, los
pecadores, otros.
Y en la actualidad, cuántas personas sencillas y humildes alcanzan
una espiritualidad negada a los soberbios y ricos.
Dios nos consiente a menudo, somos la niña de sus ojos; tiene gra-
bados nuestros nombres en la palma de su mano y nos abraza por
delante y por detrás. Si usted tiene duda alguna del amor de Dios,
piense por un momento en todas las maravillas y bellezas con que nos
obsequia a diario:
Una flor en el florero, un nieto sentado en las piernas de su abuelo
escuchando un cuento, una bella puesta de sol o un amanecer, un
verdadero amigo, las montañas imponentes, la variedad de frutas, las
estaciones con su atractivo propio de cada una, un día de retiro o de
paz absoluta, la inocencia de los niños, la música suave, un poema de
amor, el equilibrio o balance de los planetas y estrellas, el agua, el aire,
el sol, un postre delicioso, un hijo agradecido y estudioso, una esposa
y un esposo fieles, un buen trabajo, una mala salud o una aceptable, un
diálogo con Jesús, una lectura bíblica, un viaje a un lugar interesante,
en fin, podemos seguir y seguir enumerando los obsequios con que
Dios nos muestra cuánto nos ama.
Cuente sus dones, sus regalos y nunca más podrá dudar lo mucho
que Dios se complace en usted...
Repitamos parte de la oración de la esperanza de I. Larrañaga:
“Echando una mirada al inmenso mundo de la tierra de los hombres,
tengo la impresión de que muchos ya no esperan en Ti. Yo mismo hago
mis planes, trazo mis metas y pongo las piedras de un edificio del cual
el único arquitecto parezco ser yo mismo. Haz que comprenda pro-
fundamente que, a pesar del caos de cosas que me rodea, a pesar de
las noches que atravieso, a pesar del cansancio de mis días, mi futuro
está en tus manos y que la tierra que me muestras en el horizonte de mi
mañana será más bella y mejor...”
Octubre, 2001.
Comments