He oído decir a varios jóvenes que no desean casarse porque
los ejemplos de matrimonio que han visto están lejos de ser
edificantes. “Hemos encontrado que son muy pocas las parejas
que se miran felices”, añaden estos adolescentes como para justificar
su actitud, “y son pocos también los que mantienen una buena comu-
nicación entre el esposo y la esposa y que no se insultan por detalles
quizás insignificantes. Nosotros casi creemos que el matrimonio tiende
a desaparecer como institución legal y religiosa”.
En realidad, ¿cuántos matrimonios conocemos que son verdadera-
mente dichosos? ¿Por qué el número de divorcios aumenta año tras
año? ¿Por qué muchos hijos se han refugiado en el alcohol y en las
drogas? ¿Por qué hay personas que aceptan que han sido infieles a su
cónyuge?
Y su matrimonio, ¿cómo es? ¿Cómo está su familia actualmente?
¿Puede calificarse la suya como una familia bien centrada, llena de
amor y de principios cristianos?
El matrimonio de hoy está sufriendo graves crisis de valores y de
identidad. En estos momentos la familia peligra. Se comete crímenes
horrorosos contra niños, mujeres y ancianos; los jóvenes se pierden
con estupefacientes; los vínculos familiares se debilitan; los gobiernos
se preocupan más por la política y la iglesia no está consiguiendo guiar
a los matrimonios.
Casi podríamos decir que hay que darle la razón a los jóvenes que
no quieren casarse; sin embargo, el matrimonio ha sido instituido por
Dios y su finalidad no cambiará. Los hombres somos los únicos
culpables del estado actual de este sacramento, porque las parejas no
cumplen aquellas promesas que se juraron uno al otro frente al altar.
Las parejas han de profundizar en su relación amorosa hasta llegar a
su compromiso para toda la vida. Dios ordena que el amor y el cariño
deben reinar en las relaciones familiares entre esposos, hijos y herma-
nos. El hombre y la mujer deben amarse, respetarse y entregarse uno
al otro incondicionalmente, aunque esto implique esfuerzo, sacrificio y
negación de ellos mismos. A los padres, el Señor les pide que de-
muestren cariño a sus hijos y velen por sus necesidades; a los hijos
que amen y honren a sus padres y a los hijos adultos que cuiden de sus
padres ancianos.
Si todas las familias siguieran estas normas, qué diferente sería la
sociedad actual. Aunque muchos consideran que la felicidad familiar
es utópica, hay muchas parejas que han demostrado tener un matri-
monio feliz y una familia unida. Estas parejas mantienen firmes sus
principios morales y religiosos y además disciplinan y educan a sus
hijos conforme las leyes cristianas. Esta es la manera correcta de criar
a una familia.
La familia es la base principal de la sociedad, Es la célula más pequeña
en donde se afianzan las comunidades y es el bastión para la defensa
de la libertad y la individualidad del hombre. Cuando se han querido
socavar los cimientos de las civilizaciones antiguas, se buscó el derrumbe
y la corrupción de la familia.
El secreto de la felicidad es el amor y el matrimonio y la familia son
los mejores medios para aprenderlo y practicarlo. Cuanto más estemos
dispuestos a dar (incluso lo más difícil es dar cuando el otro no da
nada), más creceremos y seremos más felices.
No piense que su cónyuge no hace lo que usted quiere. La felicidad
suya no depende de lo que él haga o no haga, sino depende de lo que
haga usted. Amar es dar y el dar produce felicidad. Hágalo de todo
corazón y verá que su matrimonio y su familia cambiarán.
Enero, 1998.
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