Si examinamos nuestro actuar diario, notaremos que los adultos no
tenemos programación ni espacio para practicar algún juego. En
realidad, estamos alejados de toda actividad lúdica, olvidándonos que
el juego es un fenómeno tan viejo y profundo como el mismo hombre
que lo realiza.
¿Se acuerda usted de los juegos de su infancia? ¿Se ve usted jugando
a las muñecas, de enfermera, de mamá, peleando como policías y
ladrones, cabalgando en caballo (hecho con un palo de escoba), arrastrando camiones, bailando trompos o tirando canicas? ¿Puede sentir
cómo se divertía o cómo se aislaba de su realidad, en ese momento?
El juego no tiene edad y sí nos prepara para una mejor vida. Nos
permite crecer, aceptar derrotas, aprender, crear, planear, liberarnos
y hasta amar. El jugar nos devuelve la capacidad de disfrutar el momento, de abrirnos al gozo, a la alegría. Podemos disfrutar de situaciones divertidas y, sobre todo, reírnos abiertamente, cándidamente.
En el acto de jugar se expresa la verdadera personalidad de la persona. Allí salen a relucir sus mejores y peores cualidades. Por eso se
aprende integralmente, con lo más profundo y vital del individuo. El
juego ha de ser como punto de partida para activar y socializar eficientemente el saber.
El juego en educación debería constituir el contexto en el cual los
educadores se basen para el desarrollo del aprendizaje. Se constituyen
como otra manera de ver, pensar, comprender y reconstruir el conocimiento. De esta forma el niño podrá ser consciente de sus aprendizajes, comprometiéndose (física, mental y emocionalmente) con los
contenidos.
Los niños juegan todo el tiempo y en todas partes. En las calles, en la
escuela, en la casa, en los parques, en el hospital, en el auto, en el
avión y en cualquier sitio por donde caminan.
Ellos poseen la capacidad innata de jugar, más allá de lo que está transitando en su vida, concentrándose en su actividad presente y olvidándose de las tareas escolares o de los problemas familiares. Los adultos nos centramos en el trabajo, en la necesidad económica, en la responsabilidad familiar, olvidando la alegría y el alivio que generan el juego y actividades similares. Debemos tomar el juego como parte de la vida, dejar tiempo libre para actividades de diversión, conocer nuevas personas y, lo más importante, mejorar nuestra condición de vida. Estas actividades pueden ser desde música, baile, pintura, canto, yoga, estudio, fotografía, deporte o cualquier cosa que nos guste hacer. Y aunque sea difícil programar este tiempo, recordemos los beneficios que obtendremos y entonces podremos mantener el horario todo el año. Es difícil pero no imposible. El juego no tiene edad, así que no es tarde para poder abrir nuestras puertas para ir a jugar... Septiembre 2003.
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