La palabra corrupción se deriva del verbo corromper, que quiere
decir que una cosa se vuelve mala alterando su naturaleza o
inducir a la administración pública o a los funcionarios a proce-
dimientos ilícitos, generalmente mediante dádivas. También significa
hacer que se vuelva moralmente mala una persona o estropear una
cosa no material.
Para vivir en armonía dentro de una sociedad se necesitan normas
legales y principios morales que regulen la conducta humana, y se re-
quiere además que su aplicación no sea arbitraria. Es fundamental para
alcanzar el bien común en toda convivencia que los hombres confíen
unos en los otros, siendo honestos, veraces y rectos.
Desgraciadamente, la realidad del mundo actual es en general muy
diferente. No sólo observamos, con mucha frecuencia, actuaciones al
margen de la ley, sino que se han hecho tan comunes que las aceptamos
como normales.
Por ejemplo, la corrupción quiebra o viola las normas de la convi-
vencia libremente aceptadas y busca un interés egoísta, induciendo a
cumplir una acción condicionada e injusta. La corrupción ha invadido
todos los niveles del género humano, el gobierno, los deportes, la cien-
cia, los estudios, los negocios e incluso la religión.
En casi todos los países podemos observar, por medio de los titula-
res en televisión o prensa, las noticias que informan de los múltiples
escándalos de corrupción, especialmente dentro de los empleos pú-
blicos.
Aquí en Honduras, cuántos casos hemos visto y seguimos viendo:
los deprimentes y muy famosos azos: pasaportazo, furgonazo, carrazo,
etcétera, licitaciones viciadas, puestos y diputaciones vendidos, robos
millonarios, ventas condicionadas, jugosos ingresos económicos y lo
que es peor, los culpables no son castigados, no van a la cárcel, no
devuelven el dinero, son crímenes de guante blanco, son acciones para
ser alabadas. ¡Qué tristeza!
Por otro lado, cuántas veces nos ha tocado esperar el proceso nor-
mal de un trámite y vemos que no avanza porque no hemos dado
mordida o soborno o regalías al encargado; las excusas son intermi-
nables: “no está el jefe”, “no está firmado”, “vuelva mañana”. No se
puede confiar en nadie. “Todos se han desviado, todos son igualmente
corruptos, no queda ni un hombre honrado, ni uno de muestra siquiera”
(Salmo l4:3).
La corrupción además resulta muy cara. Se calcula el costo del
delito en Estados Unidos en más de 200 000 millones de dólares
anuales, o sea el triple del costo del crimen organizado. Y esto hace,
por consiguiente, aumentar el costo de la vida, disminuyendo la calidad
de los productos, menos empleos y salarios más bajos.
Desde tiempos antiguos ha habido personas que cometieron abusos.
Los recaudadores de impuestos, los jefes de gobierno, los jefes del
ejército y otras más, pero estamos casi seguros que el porcentaje de
aquella época comparada con la nuestra no admite parámetros.
¿Qué podemos hacer con la corrupción? ¿En quién podemos con-
fiar? No se puede permitir que destruya la sociedad, que se socaven
sus cimientos, que los valores brillen por su ausencia. No, no, no.
“No has de aceptar sobornos, porque el soborno ciega aun a los
prudentes y pervierte las palabras de los hombres justos” (Ex. 23:8).
La sociedad debe censurar la conducta corrupta y el Estado debe
sancionarla con todo el peso de la ley.
Talvez no es fácil ser honrado todo el tiempo, talvez cuesta pagar
los impuestos, pero los beneficios de esta virtud hacen que valga la
pena cualquier sacrificio. Las personas que se preocupan del bienestar
de los demás gozan de paz interior. No tienen temor de que los puedan
descubrir cometiendo un delito porque tienen la conciencia tranquila.
Sería maravilloso vivir en un mundo sin corrupción... es posible.
Si usted odia la corrupción y ama la justicia, podrá ver la promesa
de Dios cumplida de un mundo sin corrupción...
Enero, 1996.
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