En 1943 don Eugenio Garza Sada, nativo e industrial de Monterrey, un hombre que todo lo tenía, con ojos visionarios soñó con un nuevo modelo educativo para México, y con la dedicación necesaria, juntamente con otros amigos de aquel lugar, crearon el centro de educación que se conoce hoy como el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, desde donde brillara un nuevo faro al entendimiento y a la razón. La visión de este hombre es ya una realidad. De este instituto surgen y siguen formándose profesionales capacitados, conscientes y responsables que ponen en alto dicha universidad. Mucho de ese éxito depende de la calidad de los catedráticos. Como ejemplo quiero compartir el mensaje de graduación que pronunció el Lic. Ramón Alberto Garza García, Director Editorial de el periódico “El Norte” y graduado también del Tecnológico de Monterrey, en donde les hizo énfasis en un puñado de consejos prodigados por padres, mentores, amigos y maestros, algunos de los cuales vale la pena compartir con los futuros graduados y también con los ya graduados: “Los conocimientos técnicos o académicos son esenciales en la vida profesional del individuo, pero además son necesarias las capacidades, las actitudes, las oportunidades y la aplicación de dichos conocimientos. Lo verdaderamente importante en el despertar de una vida profesional se limita a la búsqueda de dos valores supremos: la felicidad y la trascendencia. Se es feliz cuando el hombre es y se siente útil, cuando aspira a la satisfacción en la tarea realizada, cuando mantiene el equilibrio en sus ámbitos profesional, familiar y social, pero sobre todo cuando actúa con la conciencia de que lo que habrá de hacer dejará huella, es decir, trascenderá al tiempo y al espacio.
Piensa que del pensar nacen los sueños, me sugirieron, pero por encima de todos tus sueños, actúa. Evita que tu palabra se adelante a tu pensamiento, y sobre todo asume con humildad el rito de la ignorancia. Acércate al viejo para abrevar de su experiencia, que por más absurda o anacrónica que parezca, esa experiencia es la savia que hoy nutre a nuestra realidad. Ya lo decía el maestro Daniel Cosío Villegas: ‘Si los jóvenes supieran, si los viejos pudieran’. Evade el trabajo por necesidad, me advirtieron, y ve a la búsqueda de un trabajo que te dé felicidad. Y si del empeño por tu trabajo puedes prodigar felicidad a otros que trabajan junto a ti o para ti, mejor aún. Busca siempre un trabajo a la medida, y eso hará que no le impongas medida a tu trabajo. Desprecia el dinero, que en un momento dado es a veces el mejor sistema para ganarlo en abundancia. Si ya definiste tu valor agregado y encontraste el trabajo a tu medida para aplicarlo, me dijeron, lo demás se te dará por añadidura. No confundas la riqueza con el éxito, porque como dijo don Miguel de Unamuno, no hay desgracia mayor que la del hombre que llega a creerse inteligente porque tuvo fortuna en sus negocios. Vive el equilibrio entre tus necesidades y tu riqueza y no serás ni pobre ni rico, sino simplemente afortunado. Mantén firmes tus creencias y tus convicciones, pero desdeña la soberbia que significa el defenderlas a cualquier precio. Haz valer tu verdad y acepta con humildad tu ignorancia, y por encima de ambas acepta tus errores. Conviértete en un eterno inconforme. Mas no confundas tu inconformidad con la crítica amarga y destructiva, sino en un deseo positivo de transformar todo cuanto te rodea. Si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da poco, pero siempre da. Asume con entrega, con coraje y con valor la responsabilidad de empuñar sin titubeos el timón de tu vida, que la mar te pertenece...” Si pudiéramos todos poner en práctica estos consejos, el mundo andaría mucho, pero muchísimo mejor... Junio, 1999.
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