Hay dos artículos sobre los medios de comunicación, específicamente sobre el Libro y el Periódico, escritos por Carlos Vallés, que me parecen muy interesantes para comentarlos y aprender de ellos.
Sobre el Libro dice lo siguiente: “Entro en la librería despacio. He mirado el escaparate, los últimos títulos, las listas recomendadas. Me acerco muy lento a las mesas expectantes cubiertas de colores paralelos. Embaldosado literario de azulejos impresos. Palacio de las Mil y Una Noches con cuentos sin acabar jamás. Lujo refinado del ciudadano más sencillo con el salvoconducto de saber leer. Museo de libros. Santuario de cultura. Fiesta de la imaginación en medio de la mediocridad de la rutina. El libro nos salva.
Me dejo empapar de la concupiscencia sosegada ante el festín abierto. Me dejo tentar. Tomo en la mano un libro. Le saludo, lo acaricio, lo contemplo. Tardo en abrirlo como tardo en hacer una pregunta personal a un amigo. La intimidad no acepta prisas. Por fin lo abro con el cuidado enorme de no doblar sus páginas o dañar su espinazo. A los libros les duelen las vértebras y muchos sufren de discos dislocados por malos tratos. Miro el índice, hojeo capítulos, leo párrafos sueltos. Espero a que se forme entre él y yo ese vínculo invisible que me dice que este libro es para mí, que me estaba esperando, que me gustará. Noto el parentesco. Reconozco el flechazo. Repaso el libro despacio. Sé que es mío. Si, envuélvamelo para regalo, por favor. Auto-regalo. La sorpresa al llegar a casa y abrirlo y poseerlo. Ya es mío para siempre.
Ahora a leerlo. Me cautiva pronto, que es la primera condición del libro. Me atormenta entre la prisa de devorarlo todo y la lentitud calculada de alargar lo más posible el placer. Pasar cada página es satisfacción consumada y pérdida lamentada. Llega la gratitud última del gozo consumado. Se me enriqueció la existencia”.
Y acerca del Periódico hace esta reflexión: “Leer el periódico cada mañana es una obligación. Hay que afeitarse o hay que maquillarse, y hay que desayunar y hay que leer el periódico. Hay que ser moderno. Lo importante es pasar las hojas. Hay que pasarlas todas sin dejar una. Rápidamente, voluminosamente, sonoramente. Para eso son tantas y tan grandes y tan incómodas. Puro ejercicio aeróbico. Deber ciudadano. Llegó la última página y ya está. Se pliega el ruido y acaba la sesión. Al pasar las páginas, pasan ante la vista rápidamente los titulares. Ese es el juego que nos manipula. Tenemos que ver lo que alguien ha decidido que veamos. Tenemos que considerar importante lo que alguien enteramente distinto de nosotros ha determinado que consideremos importante. Se nos graban subliminalmente en la retina nombres y sucesos que alguien ha escogido porque así lo ha querido. Somos esclavos por unos instantes del ‘hermano mayor’ permanente que lava cerebros y condiciona mentalidades. El tamaño de las letras decide la importancia de los eventos. Somos esclavos mentales de la tipografía de imprenta. Ese es el secreto de disfrutar del periódico. Jugar a dejarse coger. Verlo todo sin someterse a nada. Ignorar reclamos y evitar ganchos. Y mientras tanto, estar ojo avizor para descubrir instintivamente el reportaje escondido, el artículo ignorado, el comentario breve que a nadie dice nada pero que a nosotros sí nos interesa. Allí está. Lo descubrió la práctica experta del pasar las páginas cada mañana. Vimos algo que merecía la pena del periódico entero. Ya hemos cumplido el deber diario. Estamos a tiempo de saborear el desayuno servido. Aún no se ha enfriado”. Septiembre 2001.
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