Me gusta mucho sonreír y me gusta reír a carcajadas. Mi Mmarido se enojaba muchas veces cuando me reía estrepitosamente durante las reuniones sociales porque llamaba la atención y se sentía incómodo con las miradas interrogantes de los demás. Sin embargo, sigo riéndome así porque considero que el mundo necesita de cristianos alegres que vivan la experiencia de hacer felices a los demás. Y algo más que debo agregar es que la sonrisa me sale con una facilidad asombrosa y la practico con mucha frecuencia. Cuando usted entra a una sala llena de personas y sonríe ampliamente la actitud del público es muy diferente a si usted entrara con el ceño fruncido o con un rictus amargo o soberbio. La sonrisa es contagiosa y muy fácil de realizar. Y qué decir de los resultados positivos. El atractivo del beneficio de la sonrisa estriba en su referencia a la felicidad, una aspiración profundamente arraigada en la condición hu- mana y, por lo mismo, una necesidad de la psicología individual y colectiva. Todos queremos ser felices pero no todos trabajamos ni lo brindamos como sería de desear. La experiencia nos enseña y nos demuestra reiteradamente que so- mos verdaderamente felices cuando hacemos felices a los demás. Este principio está contenido en el Evangelio y por eso muchas personas han ido creando nuevos conceptos alrededor de los beneficios de la sonrisa, a tal grado que no podemos negar la importancia y la necesidad de practicar la sonrisa mucho más a menudo de lo que lo hacemos hasta ahora. Una creación sobre la sonrisa, escrita por H. López, ha llamado mi atención porque tiene su núcleo originario en la espiritualidad de Jesús: un manantial generador de infinidad de matices con capacidad para iluminar divina y humanamente la vida diaria.
Veamos el arte y la elegancia de la sonrisa: Felices quienes ofrecen cada mañana una sonrisa a la primera per- sona que se cruza en su camino. Felices quienes derrochan sonrisas, pues sólo este exceso podrá vencer la distancia, los muros y las apariencias. Felices quienes han descubierto que una sonrisa no cuesta práctica- mente nada y, en cambio, produce frutos imprevisibles. Felices quienes, después de vivir unos malos momentos, renuevan el ánimo con la sonrisa y la cercanía del amigo. Felices quienes no piensan en el valor del mercado por cada sonrisa que ofrecen, sino que las reparten a quienes las necesitan y reconocen su utilidad en el momento que las regalan. Felices quienes se han dado cuenta de que una sonrisa es un bálsamo que produce milagros y está indicada contra la tristeza, la apatía, la desesperanza y la dureza de corazón. Felices quienes saben que una sonrisa ofrece serenidad ante el can- sancio de la vida, da nuevo vigor a la persona que la recibe y renueva su ánimo. Felices quienes han experimentado que repartiendo cada día más sonrisas no se empobrecen sino que aumentan su felicidad al enriquecer a quienes las reciben Cualquier día es apropiado para ser feliz y hacer felices a los demás. Que no pase ni un solo día sin intentarlo. Mayo, 2011.
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