Ya terminaron las festividades de Navidad y Año Nuevo; ya celebramos también el Día de Reyes. Atrás hemos dejado días de parranda, de comedera, de bebedera, de bailadera, de dormidera, de compradera y de otros abusos más. Supongo que también muchos han dejado atrás días de compartir, de regalar, de visitar enfermos o parientes lejanos, de escribir mensajes inspiradores, de regocijo y gozo íntimo, de oración y de meditación. Es conveniente ahora, a principios del 2002, que analicemos y valo- remos qué significaron realmente esas fiestas para cada uno de noso- tros. Cómo actuamos, qué aprendimos, cómo nos proyectamos, a quién le ayudamos, a quiénes hicimos más felices, cómo podemos mejorar el año próximo para observar el verdadero sentido de estos acontecimientos tan importantes en la vida de los cristianos. Sería edificante, al mismo tiempo, comprobar por qué no disfrutamos en su cabalidad esos momentos de nuestra vida, por qué nos abatió la melancolía, la depresión, por qué pasamos llenos de amargura, por qué no supimos enfrentar los problemas con entereza, por qué nos angustiamos por cosas irrelevantes... Nuestra vida transcurre entre lágrimas y risas, entre grandes y pe- queños problemas, entre sentimientos de dolor, frustración, tristeza, satisfacción y realización. Nadie está exento de piedras en el camino o amarguras; lo malo es que no sepamos hacerles frente y culpamos a Dios y a los demás de nuestro infortunio. Y por si esto fuera poco, buscamos la medicina fuera de nosotros mismos, sin comprender que poseemos recursos suficientes en nuestro interior para poder enfrentar cualquier situación de angustia y de tensión. En realidad, todos podemos vivir una vida en plenitud, una vida rica, llena de conquistas, de cuotas de buen humor o pequeñas dichas, si tan sólo llevamos a cabo ciertas condiciones: –– El trabajo es un gran tratamiento contra el dolor. Es una de las mejores terapias porque ocupa parte de la energía que dedicaríamos a compadecernos. Con un trabajo difícil, absorbente y creativo estamos más seguros de obtener mayores beneficios. La actitud hacia el trabajo y la satisfacción que se deriva del deber cumplido son también factores para combatir la tristeza. –– La fe o el convencimiento de que la vida vale la pena vivirla, aunque no sea justa, alegre o fácil, es otro poder a favor de la filosofía positiva de nuestra existencia. La fe que cree en un Creador todopoderoso y misericordioso, en un Dios que vence al mal y que nos ayuda a convertir el camino arduo en alegría, es un recurso valiosísimo para defendernos de la amargura. –– El amor o cariño de las personas que nos rodean evita que la vida se vuelva sin sentido y quejumbrosa. Ese vínculo de simpatía y comprensión con los demás nos ayuda a reconfortarnos y compartir con ellos nuestro destino. –– La fuerza de carácter, el hábito de hacer lo que se tiene que ejecutar, el saber soportar calamidades, dificultades, peligros y desastres, desde temprana edad, el estar dispuesto a aceptar la vida como una empresa difícil pero con riqueza de espíritu, son disciplinas contra los males que surjan a nuestro paso. Hay que recordar, finalmente, que existe un poder más grande que nosotros y que desea nuestro bien en su grado máximo; que tanto en las alegrías como en las amarguras, la vida no tiene precio; por consiguiente, debemos aprovecharla para ser lo mejor que podamos ser y amar todo lo que podamos amar... Enero 2002.
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MIMI PANAYOTTI BIENVENIDO
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