Quiero haber sido utilizado completamente cuando muera. Porque cuanto más trabajo, más vivo. La vida no es la efímera llama de una vela. Es una suerte de antorcha espléndida que tengo que llevar en alto por el momento y quiero hacer que brille con tanta intensidad como sea posible antes de pasársela a las futuras generaciones. G. Bernard Shaw.
El tema de la muerte siempre me ha llamado la atención. Hace años, cuando era joven, pensaba en ella pero siempre la veía lejana. Ahora ya en mis años de la tercera edad y después de la muerte de mi esposo, pienso en ella con frecuencia y no me da pena decirle, me da miedo. ¿Moriré yo como mi marido, repentinamente, de un ataque al corazón? ¿O tendré una enfermedad larga y penosa? ¿O terminaré en un accidente o en un desastre de la naturaleza? ¿Cuánto tiempo me falta? Creo que estas preguntas no tienen contestación y no debería perder tiempo en ellas. Gracias a Dios no sabemos la hora, ni cómo, ni dónde. Sería horrible que conociéramos el desenlace antes de morirnos. En los casos de enfermedades terminales como el cáncer, el VIH, la parálisis, es diferente. Posiblemente saber con anticipación que vamos a morir dentro de cierto tiempo facilita al enfermo hacer las cosas necesarias antes de partir, pero es la única ventaja que le veo. Lo que sí creo que es importante considerar cuando nos llegue el momento de morir es: ¿Dejamos el mundo mejor de lo que lo recibimos cuando nacimos? ¿Le hemos pedido perdón a las personas queridas y a las no queridas? ¿Nos hemos librado de nuestros remordimientos? ¿Esperamos hasta estar en nuestro lecho de muerte para comprender el sentido de la vida y el precioso papel que tenemos que desempeñar en ella? ¿Hemos pasado la vida luchando por conseguir cosas materiales para ser felices?
¿Hemos utilizado nuestros dones para el servicio de los demás y hacerlos mejores? ¿Qué podemos todavía hacer en los años que nos quedan de vida? Hemos de morir bien, es decir, morir por los otros, haciendo que nuestras vidas sean fructíferas para los que dejamos atrás. Debemos vivir y morir con corazones agradecidos a Dios, a nuestros familiares y amigos para que nuestra muerte pueda convertirse en una fuente de vida para otros. ¿Cómo enfrentar nuestro temor a morir? Debemos pedir una fortaleza especial para esa transición hacia una nueva vida y hemos de confiar en que Dios nos enviará un ángel para reconfortarnos, tal como se lo envió a Jesús. Cuando morimos perdemos todo lo que la vida nos da, excepto el amor. El amor con que vivimos nuestras vidas es el amor de Dios en nosotros. Este amor no solamente permanecerá sino que también llevará fruto, de generación en generación. Septiembre 2005.
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