El hombre tiene que trabajar. Desde su creación, desde Adán y
Eva, el hombre ha tenido que trabajar. Jesús mismo nos dio el
ejemplo; él dignificó el trabajo y más que nada dignificó el tra-
bajo manual porque fue carpintero.
Todos necesitamos trabajar. Para comer, para vestirnos, para al-
bergarnos, para educar a los hijos, para adquirir bienes, en fin, para
vivir... El hombre nace para trabajar, como los pájaros nacen para
volar. Pero al mismo tiempo, el trabajo es necesario para darnos se-
guridad, confianza en nuestra capacidad o habilidad, para realizarnos,
para superarnos.
Por eso hay que amar el trabajo y hacerlo bien, sentirse orgulloso de
ser un buen trabajador. Hay que obtener satisfacción del trabajo bien
realizado, de la creatividad desarrollada, de la eficacia, de la prontitud,
de las innovaciones en el trabajo desempeñado por cada uno de no-
sotros. Además, el trabajo nos purifica y nos ayuda para recoger frutos
para la vida eterna.
Sin embargo, algunas veces nos rebelamos y nos preguntamos por
qué trabajar; ¿a quién le gusta trabajar? A unas personas les gusta más
que a otras, pero miremos bien la situación: ¿Qué haríamos si no tu-
viésemos trabajo? ¿En qué ocuparíamos nuestro tiempo? Sólo los ha-
raganes y los enfermos no trabajan. El desempleo es un grave problema
y afecta la salud mental.
Demos gracias a Dios porque tenemos una fuente de trabajo de
donde mantener la familia, especialmente en estos tiempos en que las
empresas están teniendo pérdidas y ha habido mucho despido de tra-
bajadores.
Para conservar el empleo, trabajemos duro, caminemos la milla ex-
tra alcanzando metas y objetivos. No lo hagamos sólo por salir del
paso, perdiendo tiempo o herramientas y renegando.
Cuando se trabaja con energía, con orgullo, con alegría, se consigue
mejorar de posición y de sueldo. Las compañías observan muy de
cerca al buen trabajador y lo premian.
La grandeza de las naciones se basa en sus riquezas naturales, en la
honestidad de sus ciudadanos y en la fuerza trabajadora y productiva
de sus habitantes. En el caso de Honduras, cada individuo puede y
debe cooperar con todas sus fuerzas, para ayudarla a sobrevivir estos
momentos tan difíciles. Todo hombre útil debe formar parte del engra-
naje que mueve y perfecciona el aparato económico de nuestro gobierno
para satisfacer las necesidades más apremiantes de nuestra sociedad,
sin perjuicio de la dignidad humana.
Sería conveniente un cambio de actitudes y acciones que den testi-
monio de una vida de fe y conversión. Como patronos revisemos nues-
tras actitudes:
¿Despreciamos o abusamos de los obreros, domésticas, campesinos,
por su condición pobre y humilde? ¿Valoramos a los trabajadores
únicamente por su rendimiento y capacidad? ¿Les pagamos salarios
justos? ¿Les proveemos instalaciones cómodas? ¿Nos interesamos
por su vida familiar y espiritual? ¿Reducimos nuestro cristianismo a la
misa o culto dominical sin practicarlo en los medios sociales y laborales?
Con relación a nuestro propio trabajo, examinemos también nuestras
actitudes:
¿Trabajamos con responsabilidad, dedicación y amor? ¿Somos ho-
nestos en todo, o perdemos tiempo, material y herramientas? ¿Bus-
camos como mejorar y solucionar problemas de la empresa? ¿Ayu-
damos al trabajador vecino a superarse? ¿Somos solidarios y fieles
con la empresa?
La solución ideal es encontrar entre todos la visión cristiana del
hombre, uniendo esfuerzos, ingenio, técnicas y bienes, para llevar a
cabo verdaderas transformaciones que permitan al hombre trabajar
por la liberación de sus esclavitudes y materialismos y participar de la
vida de Dios y de la felicidad eterna.
Mayo, 2002.
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